Dicen que en la tribuna de invitados solo estaba Modesto Pose. Por las razones que fuera, ni Juan Manuel Jiménez Morán ni Fernando Carlos Rodríguez acudieron a la sesión parlamentaria en la que fueron elegidos senadores en representación de la comunidad autónoma. No hacía falta. No pasa nada. Su designación estaba garantizada de antemano por el acuerdo Partido Popular-PSOE para repartirse los tres escaños y ni siquiera tenían que someter sus candidaturas a un mínimo examen de idoneidad de sus señorías, como en cambio sí sucede con los aspirantes a otros cargos de gestión o de representación institucional. Es su partido quien los designa y el pleno del Parlamento se limita a dar el visto bueno, sin más, con una votación de puro trámite si la cosa está, esta vez como casi siempre, atada y bien atada.

Los senadores electos tampoco tendrán que atender y cumplir mandatos concretos de la Cámara autonómica a la que deben el acta, como tampoco han de dar cuenta ante ella de su gestión. Por más de sentido común que resulte, nada de eso está previsto con el actual sistema de funcionamiento del Senado. Estos señores se deben únicamente a las siglas de la fuerza política que los propuso y a cuyo grupo parlamentario quedarán adscritos en cuanto dejen caer sus posaderas en los asientos sus respectivos escaños. Por tanto, no han de ser considerados en puridad representantes de Galicia como país, ni siquiera indirectamente, si bien cabe exigirles que no pierdan de vista el origen de su legitimidad al haber sido elegidos por el órgano que a su vez es la expresión de la voluntad política del conjunto de los gallegos.

Modesto Pose Mesura es un viejo rockero del socialismo gallego. Su candidatura la propuso personalmente Gómez Besteiro, de quien es hombre de entera confianza y un fiel escudero después de haber contribuido a su triunfo en las primarias que le encumbraron a la secretaría general del PSdeG. Varios de los diputados autonómicos socialistas le negaron su apoyo, algo para nada sorprendente. Lo hicieron no tanto porque no consideren al veterano "compañero" una persona idónea, sino por entender que les fue impuesto sin consulta previa, como un "trágala", aplicando estrictamente el reglamento. La decisión fue consultada, como es natural, con Abel Caballero, que dio su nihil obstat, tal vez porque no tenía un candidato alternativo a mano o le parecía una propuesta más que aceptable, que además da al PSOE de la provincia de Pontevedra una presencia en la Cámara Alta que no obtuvo en las urnas del 20-D.

El ex alcalde de Verín ya era senador autonómico del PP. Feijóo nunca se planteó relevarlo y menos desde que perdió la alcaldía. Don Alberto, que tiene buena química con Jiménez Morán, sigue manteniendo con él una deuda de gratitud por haberse prestado en su día a enfrentarse con el "baltarismo" en aquel encarnizado congreso provincial que consumó la abdicación de Baltar padre en su hijo como líder de los "populares" ourensanos. Era una misión suicida, a la que se prestó con la dignidad de una víctima propiciatoria, sabiendo que tenía mucho que perder y casi nada que ganar.

El lucense Fernando Carlos Rodríguez sustituye a Enrique López Veiga, ahora presidente del puerto de Vigo. También conoce la casa porque ya fue senador electo. La suya es una larguísima y muy pulcra hoja de servicios al partido, desde la remota época de Fraga y Cacharro. No es extraño que le devuelvan a la primera línea de la política como honroso epílogo a su trayectoria, gozando como goza de la consideración del barón lucense José Manuel Barreiro y propio del presidente. Y es que sigue trabajando para la causa, también en la ejecutiva regional como presidente del comité electoral, sin esperar ninguna recompensa. Los que le conocen aseguran que lo del boticario Rodríguez es auténtica vocación de servicio público y absoluta fidelidad a las ideas. Nada de oportunismo. Siempre estuvo ahí, a las verdes y a las maduras, no como otros.