De decisivo ha pasado en poco tiempo a casi irrelevante. El índice de voto de la emigración sigue en caída libre. Desde la drástica reforma electoral de 2011, los llamados residentes ausentes lo tienen muy difícil para votar. Algún estudioso del asunto remarca que hemos pasado del "voto de los muertos" a la muerte del voto exterior. En el caso concreto de Galicia, en las elecciones del 20-D solo votó el 2,5 por ciento del censo, frente al 4,2 de hace cuatro años. Se registraron en concreto unos once mil votantes efectivos de los más de veintitrés mil que habían solicitado la correspondiente documentación. El resto se dieron por vencidos ante las dificultades para participar en un sistema de sufragio "rogado" que se implantó para garantizar la total limpieza democrática del proceso frente a los fraudes detectados con el procedimiento anterior y que está visto que desincentiva incluso a los más interesados en la política de su país de origen.

Esta vez también se cumplió la previsión de que los emigrantes gallegos que lograran votar lo harían mayoritariamente a favor del partido que gobierna en Madrid. El PP se llevó algo más del 40 por ciento de los votos válidos. Logró imponerse con claridad en las cuatro circunscripciones provinciales, si bien ese plus de apoyos exteriores, por su escasa cuantía total, no le sirvió para arrebatar escaño alguno a sus adversarios. Pero afianzó su posición ganadora. El triunfo más claro lo obtienen los populares en Ourense y Lugo, casi duplicando los apoyos obtenidos por los socialistas como segunda fuerza. Hasta ahí, nada nuevo bajo el sol, más allá de constatar que el comportamiento electoral de los ourensanos y lucenses emigrados o desplazados al extranjero es algo distinto al de los coruñeses y pontevedreses.

En estas elecciones, la emergente coalición nacionalista-rupturista En Marea casi le empata al PSOE en porcentaje del conjunto de la Galicia exterior (les separaron diez papeletas), pero le da el sorpasso en las provincias de A Coruña y Pontevedra. Los analistas coinciden en atribuir esos buenos resultados de los mareantes al cambio de perfil de la diáspora, esto es, al considerable volumen de jóvenes que desde el inicio de la crisis se fueron de Galicia en busca de las oportunidades laborales que no encontraban en su tierra. A diferencia de los emigrantes mayores y de los descendientes de estos, los nuevos emigrados apostaron por el referente galaico de la nueva política. Por su parte, también Ciudadanos hizo aquí un significativo acto de presencia, superando netamente a NÓS, la marca del Bloque para esta ocasión.

Visto lo visto, los partidos aún mayoritarios, que fueron los que impulsaron la reforma del voto exterior, presionados por los sectores más dinámicos y políticamente coincienciados de la emigración, se plantean ahora dar marcha atrás en los cambios introducidos o al menos eliminar o flexibilizar algunas de las trabas burocráticas. Eso llevará su tiempo. El sistema seguirá siendo el mismo en unas hipotéticas elecciones generales (repetidas) en marzo y los eventuales cambios no operarían en las autonómicas de 2016. El PP y el PSOE se consideran con razón los más perjudicados por la actual regulación del voto emigrante, al ser sus electorados potenciales gente mayor, sobre todo en América. Ambos tendrán que redoblar esfuerzos y engrasar sus maquinarias electorales en la diáspora para no seguir cediendo terreno. Está visto que los nuevos competidores no necesitan apretar el acelerador. Tienen el viento demográfico y sociológico a favor y encima juegan con la ventaja de las redes sociales y en general de unas nuevas tecnologías que aceleran los cambios.