Se cumplen treinta años de la muerte de Pucho Boedo (26/01/86), una de las figuras más sobresalientes de la música pop del siglo pasado. Antes de su contraste internacional, Pucho Boedo, con Los Satélites, viajó a Venezuela para alegrar a la peonada de nuestra emigración. Allí se familiarizó con la música caribeña (son cubano, habanera, desperezos panameños, congas, carnavalitos, parranda, etc.) cuya harina blanca tiene la levadura de la africana. En su impregnación hispana puso esa energía personal que lo caracterizaba, conocida como salero. Tras su paso por Los trovadores fue el galán-cantante, cuyo éxito rotundo trascendió con Los Tamara al incorporar en su repertorio cotidiano la música y canciones gallegas, interpretadas con tanta dignidad y altura que hoy mantienen su vigencia. Con Pucho Boedo, marcaron época en la historia de la música popular gallega de entonces, Pucho Portela y Manolito, de la Orquesta X. Portela, violinista, culto, fiel al pentagrama en el que encajaba su voz, era el intérprete preferido de la burguesía coruñesa. Sus actuaciones se reducían, preferentemente, a La Solana, La Parrilla y el Café Galicia en sesiones vermut. Manolito, en la sustantivación está su grandeza, era el animador musical por excelencia. Siempre vinculado a la Orquesta X, fue un ejemplo de sintonía con el público más heterogéneo. Ingenioso, dinámico, moderado, gozó de respeto y admiración en todos los sectores sociales de nuestra región. Pucho Boedo, Pucho Portela y Manolito han sabido ganarse un lugar preferente entre las figuras de la cultura popular del siglo pasado. No tuvieron nunca la insolencia de los provocadores, porque consideraban que la creación necesitaba el vigor de la trascendencia. En el imaginario popular queda el recuerdo de tres figuras indiscutibles de la música de todos.

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Llama la atención que Vueling oferte nuevos enlaces a Londres desde Lavacolla, ruta servida satisfactoriamente en la actualidad por dos líneas de bajo coste: Ryanair y Easyjet. De nuevo se deja ver la mano de la Xunta, cuya fijación con Lavacolla hace que el verdadero deseo de acaparar escalas sea víctima de su propio egoísmo.