Uno de los ámbitos de trabajo más complejos que me he encontrado alguna vez en mi ámbito profesional de gestión ha sido el de las organizaciones, muchas veces auspiciadas por los propios interesados, dedicadas a apoyar a personas que sufren adicciones incapacitantes y destructivas. Entre ellas, la del juego. La ludopatía está bien presente en nuestra sociedad, y son encomiables los esfuerzos de muchas de las personas afectadas por salir adelante, organizándose para ofrecer cobertura terapéutica profesional, así como apoyo personal, a nuevas víctimas de tal problemática.

Alguna vez, hablando con miembros de tales organizaciones de referencia sobre ludopatía, me decían que es fundamental que la persona afectada por la misma, al menos en una primera fase, pueda aislarse perfectamente del mundo del juego y de todo lo que está a su alrededor. Es bien sabido, por ejemplo, que todos podemos decidir autovetar nuestra entrada en las salas de juego y casinos. Así estos establecimientos, que tienen obligación de pedir la documentación a la entrada, impedirán el paso de personas que hayan decidido controlar previamente el impulso de volver a jugar.

Pero, en tal contexto temático, hay elementos en nuestra sociedad que no funcionan ni se entienden. Y es que estas líneas las escribo como reflexión, para compartir con ustedes, después de haber estado viendo un programa de televisión, hace unos días, que se prolongó hasta tarde. De verlo y de constatar, en cada una de sus pausas publicitarias, el continuo bombardeo al público por parte de casas de todo tipo de apuestas en línea. Muchísimas y variadas, en un franja horaria que, supongo, les produce especiales réditos. Y un ataque, sin duda, a la línea de flotación de una sociedad que busca controlar el juego patológico.

Miren, los casinos prestan un determinado servicio a la sociedad. Que yo no los use ni los entienda no quiere decir que otras personas, en pleno uso de todas sus facultades, no puedan hacerlo. Y, como establecimientos especializados, existen las antedichas listas de autoexclusión, que protegen a las personas con antecedentes de ludopatía. Pero ¿me podrían decir cuál es el mecanismo de protección de las mismas ante las controvertidas máquinas recreativas de tipo B, presentes en la mayoría de los bares y cafeterías, que no aportan a sus usuarios nada más que miseria y que, en muchos casos, se están reorientando ahora a tal mercado de apuestas? Y los sistemas de apuestas en línea, ¿tienen algún tipo de salvaguarda para garantizar el alejamiento de aquellas personas que en algún momento son conscientes de que el juego les ha arruinado la vida?

Ciertamente, estamos hablando de un ámbito que aporta poco o nada al conjunto. Y que, sin embargo, tiene la capacidad de producir daño y dolor. Creo que no hablamos de una actividad benigna y de la que participe, en general, el conjunto de la sociedad. Algún propietario de bar me decía que los perfiles que utilizan la tragaperras no son los de clientes habituales, sino que específicamente se trata siempre de las mismas personas, que se "funden" sueldos enteros. Y lo hacía no sin reconocer que no podía renunciar a tal engendro en su establecimiento, por los beneficios que reporta, y que compensa muchas otras dificultades económicas, en tiempos donde todo ingreso que entre ha de ser bienvenido...

En fin... Ludopatía, por un lado, y una sociedad que creo que normativamente no apoya suficientemente a las personas víctimas de la misma, o que pueden ser susceptibles de serlo en un futuro. Creo que es necesaria una mayor regulación e intervención, que circunscriba a la apuesta y su mundo, vacía y absurda, a locales específicos donde no todo el mundo pueda tener cabida. Y, por supuesto, donde no puedan merodear menores.

Otro día hablamos de las apuestas institucionalizadas sobre indicadores económicos. En mi banco ya no se atreven a planteármelo como producto de inversión... Puro humo especulativo, que tampoco aporta nada. ¿Al servicio de quién?