Sin avance ni retroceso, estamos desde hace mucho tiempo atrapados en un pantano electoral, turbio y grasiento, que a los ciudadanos se ha impuesto, acaso para que, hundiéndonos un poco más cada día, admiremos como cíclopes a seres menores y tan poco acabados como aquellos que nos gobiernan o aspiran a hacerlo.

El último año deparó ocasiones sin cuento en todos los niveles de participación. Hubo elecciones municipales; las hubo también autonómicas, y en junio nos convocaron para la segunda ronda de las generales, que ya se celebraron en diciembre.

Los resultados de las municipales alumbraron gobiernos inéditos que parecen no haber respondido a las expectativas suscitadas y no tan sólo por el denunciado obstruccionismo de la oposición. Así, en Madrid, la alcaldesa, antes y después de proponer ella misma que las madres -los padres, no- barrieran los colegios de sus hijos o que los niños recogieran del suelo las colillas, hubo de atajar con sonrisa zangolotina los despropósitos de algunos de sus concejales más portentosos. En Barcelona, Colau, quien, sí sabe lo que es encabezar con éxito una plataforma cívica, tal vez ignora sin embargo lo que sea presidir uno de los más importantes ayuntamientos de Europa, se blinda con un cinturón orgánico de asesores que, a veces, son parientes: su pareja -¿en quién iba ella a confiar más?-, pisarellos y pisarellas? Y todos para poco más que recriminarle a unos militares su condición o esconder la bandera española en el balcón del Palacio o recibir a Arnaldo Otegui sin distinguirlo de? ¿Mandela, por ejemplo?

Entretanto en ciudades gobernadas por otros portentos pudimos asistir a prodigios impensables? En Cádiz, Kichi anunció en su mejor día que iría y no a una procesión. Y, ayer mismo, nos desveló que, aunque "llueve duro, frío, de golpe, torrencialmente?la primavera ya es imparable". Tal vez nos diga mañana: "Yo soy el que soy".

En contraste con esa elevada espiritualidad, en Compostela, la segunda ciudad del Occidente Cristiano y sin embargo, hoy más seglar que levítica, el portentoso alcalde, para contrarrestar la previsible afluencia de fieles a la solemne apertura de la puerta santa, organizó una chocolatada popular en la plaza del Obradoiro, demostrando así que una cosa es predicar y otra dar trigo, más aún allí donde jarcas de "cagamundos" y "colgados" asaltan en los viejos soportales a sorprendidos turistas que visitan una ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad y que de ello vive.

De entre las autonómicas, en las catalanas, viciadas ad nauseam por un bandolerismo familiar que penetró la política, la moral y la inteligencia para devenir "el sistema", surgió un escueto pero decisivo grupo parlamentario definido como "antisistema" que deplora la pequeñez de la familia Pujol y propone superarla con una familia de fills en comú, una familia tribal, una familia "punalúa", en realidad un truco para meter la cuchara en el trabajado zurrón de Ubú y sus retoños mientras se distrae a las hembras con un reclamo de esponjas y copas menstruales.

Por lo que respecta a las generales, vemos otra vez el compulsivo ir y venir de Sánchez que quiere crear así la ilusión de la ubicuidad a él negada pese a todo. Igualmente otra vez el silbo sincopado de Rajoy -¿o será Rajuá?-. Otra vez los autos sacramentales de Podemos.

Cosas todas muy parecidas a las que vimos. Otra vez los aspirantes intentando tapar con la ajena la corrupción propia. Otra vez y en las mismas voces ofertas que no pueden alcanzarse simultáneamente, ofertas que son contradictorias porque son excluyentes. Otra vez ofertas imposibles como la de aumentar el gasto a costa de la deuda, que nunca consentirían los acreedores.

Acomodada ya, pese a todo, en la exagerada disfunción de un "gobierno en funciones", que atiende solamente asuntos de trámite, España parece disfrutar la verbena, la fiesta sin fin de una noria multicolor que, girando sin cesar sobre sí misma, jamás lleva a sitio alguno.

Pendiente de un hilo sobre el abismo, aunque prefiera ignorarlo, recuerda la verdadera aquella otra realidad fingida que el inagotable gracejo popular aplicaba a un atribulado comerciante de tejidos y novedades -acaso de Santiago o de Vivero, acaso don Serafín- que ante la demora de su pedido, en la inminencia de la fiesta patronal lo reclamaba desesperado con un telegrama que enviaba a su proveedor de Sabadell: "Velludillo sin llegar. Niñas desnudas. San Roque encima."

No será el 26 de junio día del Apóstol ni de San Roque, y aunque el voto fuera apenas la última señal de nuestra maltratada democracia, acaso fuera también el último instrumento para mejorar la vida que siempre presenta exigencias de más calado que aquellas que se observan sólo en superficie.

Puede que para superar esta disfunción no alcanzasen ni el voto ni el velludillo. Para salir del pantano, puede que no sobrara la mano milagrosa del santo patrono. Mucho más ahora que Monedero andará lejos haciéndole a Maduro el boca a boca antes de defender la ignominiosa escasez a sangre y fuego por las encanalladas calles de Caracas.