Supongo que recuerdan al jerarca católico con puesto de mando en Valencia, don Antonio Cañizares Llovera, que el año pasado se lució con sus declaraciones denunciando que en la invasión de los emigrantes y los refugiados "no todos eran trigo limpio" y que habría que pedirles certificado de cristiano viejo, sin sombra judía o musulmana, a los que aquí pidiesen asilo. Después quiso arreglarlo, pero ya se sabe.

Recientemente ha vuelto a impartir doctrina, no ya a sus seguidores, que en eso yo no me meto, sino marcando el camino que ha de seguir esta sociedad plural y ahí sí que no. En esta ocasión también se ha subido al pedestal del orgullo para intentar menospreciar a su posible auditorio y arengarlo para defender su modelo único de familia ante lo que ha llamado "escalada contra ella de dirigentes políticos, el imperio gay y ciertas ideologías feministas". Esta proclama belicista, dicen los entendidos, podría llegar a incurrir en el delito recogido en el artículo 510 del Código Penal, que castiga a quien incite a la discriminación y al odio.

Supongo que entre sus seguidores habrá de todo, incluidos los que son llamados al exterminio, y poco caso le harán; ha habido cierto revuelo mediático, pero muy localizado en su zona de influencia y escasa actuación de los poderes públicos. De la Fiscalía nada se sabe, salvo las denuncias presentadas, en fin, impunidad. También me escaman los bienpensantes que lo critican y acuden a su jefe Francisco para buscar argumentos, cada día está más demostrado que a Bergoglio pocos de sus subordinados con mando en plaza le hacen caso y, también cada día más claro, que sus aparentes buenas y modernas palabras son solo humo, faltan la verdad y los hechos. Aún no saben qué es una mujer, ni la maternidad, ni el futuro de los hijos, ni la educación y la sanidad, ni el trabajo digno, ni la vivienda y esas cosas que estos señores siempre tienen garantizadas.

Hablando de trabajo, no puedo terminar el folio sin avergonzarme de la incultura del señor Rosell, patrono mayor de las españas, que cree que el empleo fijo es cosa del XIX. Puesto que no ha leído, tendríamos que esperar a que Galdós o doña Emilia levantasen la cabeza y le contasen algo sobre los cesantes, le explicasen qué derechos laborales tenían las cigarreras trabajando a destajo, por labor entregada, ni el penoso trabajo infantil... No, señor Rosell, ni en el XIX ni en gran parte del XX, ya no pido que se lo estudie ni que se lea los Episodios Nacionales, sino que le recomienden alguna película basada en Dickens, así le sonará lo que ignora. Sabrá también que a partir de la segunda posguerra es cuando la socialdemocracia, en algunos países, se percata de que los derechos laborales pueden ser útiles. Menos mal que sus declaraciones no se leen en los institutos ni en el extranjero, pero deja entrever a las claras sus objetivos, volver raudo y veloz a ese feudalismo tardío que renace.