Hoy quiero hablar con ustedes sobre el sufrimiento. Algo inherente a la propia vida, pero del que diversos indicadores explican que hoy hay más. Se dice incluso que esta es la época con mayor sufrimiento humano desde, nada más y nada menos, la Segunda Guerra Mundial. Sufrimiento que, en buena parte, podría ser evitado y que es el resultado de conflictos nuevos y enquistados, de dejación de funciones y escaso interés en aspectos humanitarios o de una concepción de las relaciones internacionales ciertamente peculiar, por economicista y por su visión a corto plazo. Tal escenario, preocupante en tanto que lacera y dificulta las oportunidades de desarrollo de muchas personas, es el que inspira este artículo. Ya me dirán qué les parece...

Déjenme hacer un previo sobre el sufrimiento y sus enfoques... Ha habido siempre un debate encendido sobre el papel de las diferentes iglesias en América Latina, a partir de su posición sobre tal realidad. Algunos movimientos sociales y teológicos importantes dentro de la Iglesia Católica de América Latina, han plantado históricamente cara al sufrimiento derivado de modelos socioeconómicos abusivos. Ante ello, se han rebelado a veces, de aquí, se han propuesto cambios e, incluso, se han iniciado revoluciones. Por contra, determinadas iglesias evangélicas han diferido al momento de entrar en su preconizada vida eterna la compensación a los vilipendiados por los abusos cometidos sobre ellos. Han propuesto únicamente la resignación cristiana como argumento, sin plantear cambiar las cosas en vida. Se decía, y uno nunca sabe cuánto de realidad y cuánto de leyenda hay en tales asuntos, que la proliferación de tal mensaje tuvo mucho que ver con los intereses de determinadas agencias de inteligencia extranjeras, que buscaban individuos más dóciles y con menos conciencia social colectiva...

En todo caso, traigo esto último a colación porque parece que, de una manera u otra, tal dualidad existencial -adaptación a lo que nos viene versus verdadera refundación de la sociedad- sigue vigente desde todos los puntos de vista. La sociedad global y posmoderna de la que nos hemos dotado, aún sobre un indudable contexto global de amplia mejora respecto a la sociedad en la que han vivido nuestros padres y abuelos, resuelve peor muchas cuestiones que formas de organización más clásicas. Y esto sigue dividiendo a la sociedad, y provocando nuevos episodios y estados de sufrimiento. Y, ante ello, hay quien abunda en el pozo y en la brecha que nos divide cada vez más, y alimentando la inequidad, y quien, con otro tipo de criterios y sensibilidades, plantea una ruptura y unos mínimos comunes para garantizar una sociedad más equitativa.

Creo que algo de lo que se dirime en la España de hoy y en sus nuevas elecciones generales tiene que ver con esto. Hay quien, porque lo ha visto en carne propia o porque se ha sensibilizado de lo acontecido en la ajena, plantea una sociedad más plana, más equitativa, más colectiva y más coral. Plantea un cambio real de cómo organizarnos y por qué. Y hay quien se instala en cierta relativa continuidad, y porfía únicamente a la iniciativa personal y a la posición socioeconómica de partida el éxito que puedas tener en la vida, bien entendido que tampoco hay una definición unívoca de este, muy a la medida del entendimiento de cada persona y cada grupo.

No compro la idea completa, sin embargo, de una fácil, sencilla, automática y hasta maniquea asociación de unas u otras siglas políticas con un interés mayor o menor en la idea de paliar tal sufrimiento humano. Es evidente la diferente lógica inspiracional de cada cual pero, a partir de ahí, hay demasiados comportamientos erráticos, idas y venidas y, sobre todo, una supeditación de una verdadera solidez de la visión social a los intereses de cada cual. Creo que todos los partidos -con sus diferencias y sus sensibilidades- siguen pareciéndose bastante en lo malo y no acaban de despuntar claramente en lo que podría hacerles definitivamente mejores en términos de contribución a una sociedad verdaderamente más justa y equitativa. Es como si todo lo que pasase desde lo social a engrosar la lógica de lo político adquiriese un lastre tal que no le dejara enfocarse bien en la misión que supuestamente persigue o dice perseguir. Así las cosas, hay quien duda de que desde la democracia representativa pueda materializarse, a día de hoy y con los mimbres con los que cuenta nuestra sociedad, una verdadera contribución generosa y desinteresada, transparente y dotada de potencia y capacidad propositiva, a un mundo mejor y más al servicio de limitar lo más posible el sufrimiento humano.

Pero es necesario abordar tal tarea, sin caer en los sempiternos errores que han caracterizado el planteamiento multilateral y el de las naciones, prolijo en palabras pero continuista en el vacuo ejercicio de no actuar. El mal, definido como el conjunto de acciones e inacciones que causan sufrimiento en el mundo, está progresando. Y en Idomeni y en los barrios marginales de muchas grandes ciudades de aquí y del mundo, la gente sufre. Cada vez más, y también entre nosotros. Las personas en situación de exclusión viven su calvario, pese al compromiso de distintas iniciativas y de las políticas sociales vigentes. Y el nuevo mundo que hoy se nos plantea disecciona y separa más a la sociedad según sus capas socioeconómicas, de forma que es más difícil una cierta convivencia pacífica y armónica, con la visión puesta en la mejora colectiva. Está más complicada la paz social.

Decíamos que el sufrimiento es parte de la vida, exactamente igual que la alegría y el disfrute. Pero muchos sufrimientos de los de hoy, por capacidad científico-tecnológica, económica o social, podrían evitarse. Y, sin embargo, en vez de remitir están cada vez más presentes entre nosotros... Revertir esta situación es el objetivo, creo yo, de la mayoría de las personas, que prefieren una sociedad más estable y equitativa. Si esto es así, y compartimos tal idea, mucho está ganado. A partir de aquí solo queda ponerse de acuerdo en los métodos, pero esa ya es una decisión de menor calado, mucho más operativa y que requiere de pactos y consensos, cesiones, ilusión compartida, algunos fracasos y, también, experimentos... No se podrá avanzar, en forma alguna, sin involucrar a toda la sociedad en ello.