Si ser libre es sentirse libre, mucho me temo que cada vez somos menos libres. La sensación de sentirnos vigilados deteriora el sentimiento de libertad. Más allá del control exhaustivo al que los ciudadanos estamos sometidos por la voracidad recaudatoria de todas las instituciones y que se justifica por el bien común no consigue conquistar nuestras conciencias porque la cruda realidad nos muestra cada día como se escapan del control fiscal grandes fortunas que aparecen en paraísos fiscales mientras se persigue, con saña, a humildes contribuyentes por despistes u omisiones de pequeños ingresos, hoy básicos en economías familiares, que buscan la supervivencia. Dicho esto, el control de la Hacienda Pública sobre nuestros movimientos económicos está aceptado como normal aunque es cierto que la idea de un Estado rico a base de ciudadanos empobrecidos genera, cuando menos, la indignación de los sufridos pagadores de impuestos alarmados por la impunidad de algunos frente a las obligaciones de otros. El problema es que este control se está llevando mucho más allá de lo razonable en otros ámbitos de nuestra vida cotidiana, 40 años después del renacimiento de nuestra Democracia podemos decir que vivimos en una libertad a modo de gran hermano. Las calles están plagadas de cámaras de vigilancia que controlan nuestros movimientos. En las carreteras crecen como setas los radares que controlan nuestros vehículos que son además vigilados desde el cielo con helicópteros que nos fotografían para hacernos un álbum de recuerdos no deseados. Y ya les advierto de que la proliferación de esos ovnis llamados drones puede llevar a algún iluminado gobernante a establecer el control total sobre la ciudadanía con la adjudicación de un dron por cabeza y así en un futuro, podríamos ver a paseantes acompañados a pocos metros de altura por uno de estos artilugios que mantendrían informados a los controladores de todos nuestros pasos las 24 horas del día. Eso sí, a los ciudadanos de bien, a los que cumplen con sus obligaciones y no a los que delinquen, se llevan su dinero al extranjero u ocupan despachos desde donde se profundiza en la merma de las libertades individuales mientras actúan para sí mismos con opacidades impropias de una democracia real. Dos ideas que recuerdo como reivindicaciones utópicas en nombre de la libertad: "prohibido prohibir" y "la información nos hace libres". En cuanto a la primera hemos de reconocer que cada día se prohíben más cosas que obviamente merman nuestra libertad y en cuanto a la segunda debemos asumir que nunca tuvimos a nuestro alcance tantos medios de comunicación ni tan poca calidad de información. Todos estos elementos debían de hacernos reflexionar sobre el modelo de vida y de sociedad que hemos creado. Una sociedad limitada excesivamente en sus libertades, controlada excesivamente en sus movimientos y vigilada excesivamente desde las estructuras del poder. En su día se abrió un debate, todavía vivo, que buscaba el equilibrio entre libertad y seguridad y somos muchos los que entendemos que si bien hemos de preservar la seguridad de todos, las limitaciones que hoy nos imponen tienen más que ver con el control que con la seguridad. Se están imponiendo tantos controles al individuo que apenas queda espacio para la libertad. Nuestra democracia se está convirtiendo en un ejército de súbditos y está abandonando el auténtico valor de los ciudadanos. Hay cosas bien hechas, pero no se tranquilicen, recuerden que incluso un reloj parado da bien la hora dos veces al día.