Vuelve el pequeño comercio porque nunca se fue. En la era de la globalización irrumpe con fuerza la tienda local, la gastronomía de proximidad, la cultura de lo auténtico con nombre y apellidos, quién produce qué y en qué condiciones. Las grandes superficies pierden la carrera de lo genuino, tienden a igualar a un público que busca la diferencia y procuran la rentabilidad uniformadora del producto estándar frente al encanto de lo original. Resulta imposible superar a ese maestro pastelero que pinta un corazón a medida en la tarta de chocolate: Susana Piñeiro, te quiero siempre dulce.

Si la calidad y nuestra salud están en juego, la negociación ya no solo gira en torno a la oferta o el precio. La expresión "ir de tiendas" no solo remite a la idea de adquirir o comprar: también consiste en vivir una experiencia placentera adaptada a nuestros gustos, un recorrido más propenso a la cautivadora propuesta de la arquitectura modernista y los cafés de diseño que a la fría meseta poligonera. Afortunadamente, no existe una fábrica de personas en serie, ni siquiera en la mismísima China. Queremos que nos traten como lo que somos, empezando por desearle buenos días.

En la era digital triunfa lo singular. En el trepidante mundo fast surge el movimiento slow. Y la tecnología favorece el proceso creativo que permite la utilización de nuevas formas y materiales en busca de la esencia. El nuevo comercio, ese pequeño comercio que renace en A Coruña y otras muchas ciudades, es un comercio inteligente en el que el ámbito online y offline están plenamente interrelacionados. Son dos mundos que se retroalimentan porque el cliente utiliza indistintamente ambos canales.

El pequeño comercio contribuye a revitalizar el centro y los barrios y resulta clave en el renacimiento de distritos como la Ciudad Vieja o Pescadería, llamados a convertirse en la joya de esta corona. Por supuesto, el ciudadano adquiere un protagonismo absoluto en este escenario.

La capacidad de reinventarse está al alcance de todos, ya no es una cuestión puramente monetaria, sobre todo en una sociedad interconectada a la manera de una gran red social donde las ideas fluyen instantáneamente desde la punta más alejada del mundo.