Saludos desde la superficie de La Tierra. Poco más da en qué lugar concreto esté, si tenemos en cuenta de que todo el planeta no es más que un punto en un Universo ciertamente infinito a su lado. Que más da que les hable desde algún atolón del Pacífico, o desde el Big Ben. Todo ello, que nos puede parecer lejano o incluso inalcanzable a nuestra escala humana, es parte de un mismo conjunto que, desde alguna realidad remota, se funde en un único punto brillante. Un punto en el que se diluye todo nuestro orgullo, nuestra soberbia, nuestras cuitas y, sobre todo, nuestra percepción de unas diferencias que no son tales...

Los humanos estamos condenados a estar juntos, por mucho que enfaticemos en la diferencia entre las distintas culturas, religiones o etnias. No hay otra. Vivimos, sin que nadie sepa a ciencia cierta por qué, de dónde venimos, quiénes somos realmente y a dónde vamos, en un geoide que orbita alrededor de una estrella media, en una galaxia concreta. En el Universo hay montones de estos mismos conjuntos, y un sencillo argumento físico de simetría nos dice que nada hace que tengamos por qué ser distintos al resto de todo ello. Aún así, persistimos en la diferencia, nos pegamos y nos dedicamos a desangrarnos mutuamente, a veces en términos literales. Y, si no, que se lo pregunten a las personas que siguen viviendo el infierno de Siria. O cualquier otro, en los desvanes eternos de la Humanidad...

Con todo, somos capaces de gestas maravillosas. Ayer mismo, la nave espacial Rosetta se estrellaba de forma programada contra el cometa 67P/CG, después de haber llegado a él hace poco más de dos años, y de haber pasado todo este tiempo estudiándolo. Antes, el artefacto de la Agencia Espacial Europea viajó diez años por el espacio, para finalmente alcanzar su objetivo. Y, al llegar a él, inició sus trabajos científicos, en lo que será un gran aporte de datos para la ciencia. Experimentos y prospecciones, como los llevados a cabo por el módulo Philae, que aterrizó en el cometa en noviembre de 2014, han supuesto ya un importante hito en la mejora de nuestro nivel de conocimiento de estos cuerpos celestes.

Grandes experimentos y avances que hubieran sido increíbles hace pocos años forman parte del haber de la Humanidad. Cada vez mayores incursiones en el espacio, que sentarán las bases de futuras misiones exploratorias e industriales. Cada vez un mejor conocimiento íntimo de la materia, a partir de los experimentos con colisionadores de hadrones, en la búsqueda de la confirmación de teorías que nos acercan un poco más cada día a la gran unificación. Y, también a pasos de gigante, surgen mayores avances en bioingeniería, que revelan nuevas posibilidades terapéuticas, por ejemplo, hace nada reservadas directamente a la ciencia ficción.

Sin embargo, con los mismos mimbres que desarrollamos grandes proyectos, persisten las miserias más cruentas, duras e inexplicables. Seguimos anclados en una concepción de las relaciones entre los pueblos basadas en elementos caducos y propios del pasado. La inequidad sigue diezmando todo tipo de sociedades, las que más tienen y las que de todo carecen. Y la forma de dirimir los conflictos, al margen de una mayor electrónica en las armas, sigue siendo la misma que la de siglos pasados. El alfanje se ha cambiado por misiles de última generación, y la honda por las ojivas nucleares. Pero estamos más o menos en el mismo punto conceptual que antaño. Y nada parece que vaya a cambiar.

Cuando soy consciente de esta parte oscura de la naturaleza humana, me gusta refugiarme en las realidades más pequeñas. Me gusta perderme conceptualmente en la escala de átomos y moléculas. O me imagino agazapado tratando de observar la frenética actividad en el interior de una mitocondria o en el torrente sanguíneo de cualquier animal vivo. Me sitúo a mí mismo dentro de los vasos leñosos del tronco de un bello castiñeiro en un souto, intentando fundirme con su fluir. O trato de ver la realidad desde las capas altas de la atmósfera, donde dicen que se está regenerando el agujero de ozono.

Pero todo eso son ensoñaciones. La realidad, pura y dura, es que hemos sido capaces de enviar a Rosetta por el mundo adelante. Y que, en tantos conflictos enquistados, la gente sigue sufriendo y muriendo de forma injusta y arbitraria. O que aquí mismo, a las puertas de casa, la inequidad sigue haciendo estragos. Con los mismos mimbres que nos sirven para idear, diseñar, fabricar y operar Rosetta fabricamos un abismo abisal entre todos nosotros. Capaces de lo más grande y, al tiempo, sin saber resolver lo crónico... ¿Tiene que ser siempre así? Espero, sueño y deseo que no... Feliz mes de octubre.