La tarde de fin de año, cuando intento perpetrar este folio, estoy muy cabreado con la moda, el furor y la pasión que levanta esa historia del "reto del maniquí" o Mannequin Challenge, es decir, quedarse pasmado para que te filmen y después publicarlo en la red. Pues nada, si hay que estar más pasmados aún, aguantémonos; pero me resisto que a esto le llamen reto, un reto es salir vivo de Siria o vivir en la calle.

Menos mal que siempre nos recuerdan que esta tarde es el aniversario del fallecimiento de Unamuno, el último día del 36, frío y luminoso también; Ortega decía que había muerto "de mal de España", seguramente sí, la mala combustión de un brasero quizá aceleró el proceso.

Fue una muerte solitaria, luchando por sobrevivir al aislamiento, a la ausencia de las personas que le hubiera gustado tener cerca en las últimas semanas trágicas y sin las razones suficientes para entender lo que estaba ocurriendo en aquella España, horrorizado durante aquellos meses, Después de toda una vida yendo "contra esto y aquello", en una contradicción permanente, entre quiebros intelectuales y paradojas, en un perpetuo equilibrio inestable. No podía entender que la guerra era tajante y expeditiva sin matices ni sutilezas. La posición de Unamuno, frente a unos y a otros, había nacido de una coherencia interna, la soledad y la solidez de las ideas, que en aquel tiempo se habían convertido en balas. Después de brearlo bien breado, lo mandaron a su casa, condenado al silencio y al ostracismo. Y así murió.

Su inicial aceptación del golpe, debido a su desencanto crítico con la república y sus puntuales disidencias con Azaña, duró quince días; decepcionado por los sublevados, el encarcelamiento y la muerte de algunos de sus íntimos le abrieron los ojos y, a primeros de agosto, ya estaba de vuelta de su error. Hacía tiempo le había escrito a un amigo socialista belga: "No me abochorna confesar que me he equivocado. Lo que lamento es haber engañado a otros muchos". Pero, para entonces, el gobierno de la República ya lo había reprobado y el 23 de agosto, La Gaceta de Madrid publicó el Decreto de su destitución. Ocho días después, la Junta de Defensa Nacional, de Burgos, le repuso en todos cargos y honores, pero Unamuno ya no estaba en esa órbita, las decepciones acumuladas y las rabias contenidas de los meses de agosto y septiembre le hicieron estallar el 12 de octubre, en el Paraninfo de la Universidad salmantina en su enfrentamiento con Millán Astray. El día 22 Franco volvió a destituirle, completando el círculo, completamente solo.

No había sido un exhibicionista, con su yo a la intemperie, ni un viejo testarudo, que le gustara llevarle la contraria a todos, sino un hombre de una estricta moral puritana, casi calvinista, que había buscado una coherencia ética, en un mundo incoherente y desquiciado. Evidentemente, no era de este mundo.