La primera batalla era la de Holanda. Geert Wilders, como escribí hace quince días, tenía difícil gobernar porque el sistema electoral, proporcional al máximo, favorece el multipartidismo. Las encuestas le daban un 20% y no había partidos dispuestos a aliarse con alguien que se presentaba como el político más extremo y más partidario de expulsar a los inmigrantes de países islámicos. Pero si llegaba el primero toda la política holandesa -y europea- podía quedar condicionada. Y sería una señal muy negativa para las elecciones francesas y alemanas. E incluso para las italianas que deben ser, lo más tarde, en el 2018 y donde los populistas del Movimiento 5 Estrellas y la Liga Norte tienen expectativas al alza.