Lamentablemente, o no, nadie nos ha pedido permiso para nacer. Recordemos aquel breve monólogo de Gila en el que contaba cómo había nacido sin haber estado su madre en casa y la bronca que le había costado la broma. De suerte que vivimos sin haber dado permiso y a lo largo de esa existencia poco gobierno tenemos, pocas decisiones importantes dependen de nosotros mismos, la familia, las iglesias, las escuelas, los médicos, las empresas, la sociedad, internet o el estado, nos van gobernando sin que podamos decir ni pío, en bajito, sin que se nos oiga demasiado.

Así va transcurriendo el tiempo hasta que pueda ser que consideremos que hasta aquí hemos llegado; pero no por nada especial, ni porque estemos desahuciados por la medicina, ni porque la depresión nos ahogue, ni porque haya ninguna angustia que nos impida sobrevivir; simplemente porque hemos llegado razonablemente al convencimiento de que las razones para vivir se han acabado.

Puede parecer muy egoísta el planteamiento, pues la persona que decida morir podría ser la que descubriese un gran remedio médico o ser un asesino en masa o ser la madre de doce hijos. Sí, también la que fallece en un accidente de tráfico o de un infarto prematuro podrían haber contribuido al progreso científico o a cualquiera de los otros supuestos.

Seguimos, desde que yo recuerdo, sin poner el ojo en el problema y tampoco lo ponemos en las consecuencias que trae ese desistimiento legal, seguimos leyendo el periódico para saber que Moncho se ha tirado del tren -lo recuerdo perfectamente- que una pareja de ancianos ha dejado abierto el gas y no se ha preocupado del brasero; pero este país es así, moralista hasta las cachas, la juventud no está recibiendo la educación ética precisa para gobernar su vida, sus límites, su despedida, el uso de sus órganos trasplantables sin tener la necesidad de tirarse de un puente o atiborrarse de pastillas.

El parlamento ha tenido esta semana la posibilidad de estudiar, otra vez y sin mayorías absolutas, la regulación de la eutanasia y la muerte digna. Otra vez se ha dejado para mejor ocasión, porque el debate social no está maduro. ¿Qué obviedad es esa? ¿Acaso está maduro para el artículo 135 de la constitución? ¿Por qué hay que seguir viajando, el que pueda, a Holanda, Bélgica, Luxemburgo para tener eutanasia activa o a Suiza para tener suicidio asistido? Seguimos como hace cuarenta años yendo, quien pudiese, a Londres a abortar el fin de semana, o a Oporto más barato o a la trapichera del pueblo que te dejaba seca y en el sitio.

Señorías, este país está mucho más preparado de lo que creen para este debate y para más, de hecho lo está resolviendo a su manera sin contar con ustedes. Déjense de mezquindades tácticas y regulen, propongan, ya opinaremos sobre sus propuestas, pero dejen de tratarnos como idiotas y mercancía para sus alianzas. En resumen, aquí las iglesias opinan para cada ciudadano que las escuche, a ustedes no les importa.