Las páginas más macabras de la Humanidad deberían servir, por lo menos, para hacernos conscientes de qué sendas nos llevan a alguna parte y cuáles decididamente no. Para no volver a tropezar en la misma piedra. Y para convencernos, de una vez por todas, de que pocas veces en la Historia y en la vida de cada uno la violencia es absolutamente inevitable y puede contribuir en la construcción de un futuro mejor. Pocas y contadas veces.

Quizá una de estas ocasiones la podamos situar en la ofensiva de la alianza internacional que, en su día, hizo caer al Tercer Reich. No había forma de planteamiento racional allí, y tampoco las actividades más selectivas de resistencia eran capaces de hacer caer un planteamiento basado en la xenofobia y en el odio, en el totalitarismo y en una visión mesiánica de la política, el gobierno y la sociedad. Si no hubiese sido mediante la fuerza, es difícil pensar cómo se podría haber atajado la espiral de sinrazón en la que se sustentaba un régimen que no se daba por satisfecho con el exterminio de grupos étnicos y humanos enteros, la conquista de una importante cantidad de países y la apropiación sistemática de los bienes de sus enemigos.

Pero, salvo esta acotación referida a situaciones muy concretas y muy límite, la violencia siempre engendra más violencia, más complicaciones en el futuro y, obviamente, mucha muerte y destrucción, en un contexto de pérdida de lo que deberían ser los valores más elementales de la especie humana.

Una de las violencias más gratuitas, absurdas, innecesarias, dramáticas y execrables es la producida sobre civiles en el contexto de crisis y conflictos bélicos, en los que estos suelen ser meros convidados de piedra. El ataque a civiles, expresamente prohibido desde una tímida reglamentación que no acaba de ser aplicada a rajatabla, y que muchas veces se lleva por delante incluso instalaciones, trabajadores y transportes sanitarios, está hoy desgraciadamente en pleno vigor, y la enorme cantidad de población desplazada a partir de los grandes avisperos de la Humanidad, es dramáticamente conocedora de ello. Violencia, claro está, con múltiples derivadas. Desde la violación como arma de guerra, a las ejecuciones extrasumariales, las columnas y escuadrones de la muerte y muchos otros sistemas de aniquilación y exterminio.

Pero esto no es nuevo, ni mucho menos. De aquí la columna de hoy, en la que me refiero a un bombardeo masivo y verdaderamente cruel, estos días de aniversario, que sirvió para que el levantamiento contra el Gobierno legítimo en 1936 exhibiese músculo y ejemplificase su política de mano dura con quien opusiese resistencia. Lo llevaron a cabo efectivos de la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana, aliados de los golpistas, y constituyó una verdadera masacre, en la que entre cien y trescientas personas murieron, cuando simplemente se dedicaban a intentar ir viviendo y ganarse la vida. Fue en Gernika, claro está, hace hoy 80 años y 3 días.

Y es que en la tarde del 26 de abril de 1937 las sirenas antiaéreas aullaban y las campanas tocaban a rebato allí, para avisar de la llegada de una fuerza demoledora que ya se había cobrado anteriormente la población de Durango, en esa estrategia ya mencionada de los aliados de Franco para sembrar el miedo y la destrucción. Una potencia excesiva si los objetivos fuesen meramente estratégicos o militares, y que se cebó en los caseríos y sus habitantes, como represión y ejemplo. Se trataba de sembrar el terror y la muerte, per se.

Quiero, ante este recuerdo, terminar como empecé. La violencia siempre engendra violencia y, salvo contadísimas excepciones en la Historia, no sirve para nada bueno. Deberíamos, pues, sembrar los mimbres de una sociedad más justa, con mayor equidad, más inclusiva y, como no, menos violenta. Algo me dice que las cosas, hoy, no van exactamente por ahí. El auge de los populismos, por un lado, y una mayor indiferencia y ausencia de empatía ante el sufrimiento humano, son malos indicios. Si a eso sumamos el mayor nivel de frustración de una sociedad que no tiene muy claro su objetivo, y la exclusión de capas enteras de población de las dinámicas económicas y sociales, peor? O revertimos la situación, o algún día recogeremos nuevas tempestades, de vientos sembrados hoy, que nunca son un buen augurio?