Cuando uno aborda un asunto como el que hoy me dispongo a comentar con ustedes, enseguida surgen las pasiones. Unos argumentarán, apasionados, centrándose en la tradición y en la importancia de la industria del toreo, en la cultura alrededor de ella, y en lo que se ha hecho siempre de una forma. Y los otros no serán menos: sacarán también a relucir su pasión animalista, de respeto absoluto de los derechos de los animales y de cuestionamiento de la tradición como valor per se. E incluso -como acontece a menudo en determinados foros- mezclarán este con diez mil temas más. Al final, todos terminarán apasionados, cada uno según su punto de vista inicial, y nada se habrá arreglado.

Soy de los que piensan, sin embargo, que es bueno entenderse. Llegar a consensos. Extremar los intentos de llevar a buen puerto el máximo conjunto de acuerdos. Aunque, naturalmente, nuestra sociedad es diversa y plural -y eso es muy bueno, en sí- con lo que nunca será posible ni necesario ponerse de acuerdo en todo. Conseguir entonces un cierto nivel de acuerdo será siempre un éxito, centrándonos en lo que nos une, y no en lo que nos puede separar. Y para eso creo que es bueno racionalizar, huyendo del campo de la pasión -netamente emocional- para hacer un discurso mucho más basado en los hechos, las posibilidades y en evidencias que nadie podrá negar. Sin embargo, al final uno tiene que optar casi en binario. Un sí o un no. Y en este tema de la prohibición o no de las corridas de toros, oídas las posturas, es difícil tomar una decisión. Baleares lo ha hecho, aunque la decisión de su Parlamento todavía tendrá un largo recorrido en diversos foros jurídicos y políticos, a tenor de las posturas fuertemente enfrentadas, empezando por la posible presentación de un recurso de inconstitucionalidad por parte del Gobierno Central. Hoy quiero escribir sobre ello.

Miren, con el tema de los toros, personalmente siempre lo he tenido claro. Me parece propio de otra época el disfrute a partir de una lucha de estas características entre persona y toro de lidia. No lo veo ni constructivo en términos de definición de una sociedad menos violenta, ni adecuado para la educación de los más jóvenes. Me parece que poco más aporta la fiesta taurina, en su configuración actual en España, que sufrimiento gratuito y, si me permiten la idea, un tanto despiadado. No veo bello un espectáculo profundamente asimétrico, que no deja de hundir sus raíces en otras versiones más cruentas de la lucha a muerte como espectáculo. Sin embargo, puedo entender al que habla de tradición, de la existencia de una potente industria a partir del toro y su realidad, o de las fantásticas condiciones de vida del animal, en absoluto comparables con la de cualquier otro, hasta que le llega su hora. Todos ellos son argumentos frecuentemente esgrimidos desde el mundo pro-toreo, con cierta razón.

Pero, con todo, hay que optar. Realizar un análisis pormenorizado de los pros y los contras de la Fiesta, estudiando además qué otros escenarios se pueden dar para rebajar aquellos puntos absolutamente intolerables en su planteamiento actual. Porque el toro y su mundo no son, en sí, malos o buenos. Quizá sean las prácticas las que pueden ser reprobadas atendiendo a su nivel de crueldad o a qué aportan verdaderamente al supuesto espectáculo. Y es en este contexto, de opción difícilmente equilibrada en un terreno bastante movedizo, en el que entiendo y aplaudo la decisión del Parlamento de Baleares. Un encaje de bolillos que no sé si realmente llevará a alguna parte, o será mera transición hacia una postura más rígida en alguno de los dos sentidos de la decisión. Pero que conforma un intento, al menos, de suavizar lo más inasumible de los toros y su mundo, tratando a la vez de preservar dicho espectáculo y su cultura e industria asociados.

No soy partidario de prohibir por prohibir. Pero creo que los límites del cumplimiento escrupuloso de los derechos humanos y el respeto a la esfera jurídica del particular han de reflejarse nítidos en cualquier decisión adoptada desde lo público, como marco inamovible en el que se ciña toda nuestra acción u omisión. Los derechos de los animales, así como la preservación del medio ambiente, no dejan de ser una derivada inmediata de los primeros. Y, en este sentido, más que prohibir las corridas de toros deberíamos intentar adecuar las mismas a tal doctrina. Si somos capaces de reinventar algo que a mí no me llama en absoluto, pero que tiene sus millones de seguidores y un muy importante mundo asociado, ganamos todos. Este difícil ejercicio es el que se ha planteado en sede parlamentaria en Baleares, con valentía y decisión, mucho más allá del tema netamente competencial. A ver qué pasa y cómo funciona el nuevo contexto y regulación. Ojalá todos aprendamos de ello y, en un futuro, nos permita afrontar esta temática de una forma mucho más racional y menos apasionada, como única forma de construir algo diferente al desencuentro.