La recuperación económica y la creación de empleo son, querida Laila, las "manzanas traigo" de Mariano Rajoy. Con ese mantra contesta, cuando lo hace, a todo lo que se le pregunta. Ese era el gran objetivo del presidente que, además y siempre según él, se cumple satisfactoriamente. El presidente y los suyos lo celebran y se ríen. No es de extrañar, por tanto, que cuando se ha bajado el número de parados de cuatro millones, los corifeos del PP traten de presentar el dato estadístico como un hecho histórico sin precedentes y a la misma altura que la caída del muro de Berlín o la llegada del ser humano a la luna. Ya sabemos que esto es hipérbole propagandística o post-verdad, que es como se llaman ahora la mentira y la falacia. Pero nadie puede negar que, según los métodos estadísticos empleados, el paro ha bajado y nadie puede negar que cualquier bajada del paro ha de considerarse positiva. ¡Ay del que lo niegue! Es, otra vez, aquel "España va bien" de Aznar, que acabó reventándolo todo. Menos mal que a Rajoy y a sus conmilitones no se les puso en los cuernos aumentar la renta per cápita, porque es muy probable que, para conseguirlo, hubiesen prohibido el sintrom y así mejorar el reparto, estadístico que no real, del PIB.

Te digo todo esto, querida, porque siendo real el crecimiento económico, según los métodos contables empleados, también lo es que esa recuperación económica ni la huelen las clases medias trabajadoras y mucho menos el número creciente de personas pobres a lo largo y ancho del país. Unos poquitos crecen, porque realmente nunca han dejado de crecer y, cuando no lo hicieron, fueron rescatados con el dinero de todos, pero las mayorías se estancan, merman en calidad de vida y se están empobreciendo. De modo parecido, baja el paro, pero es muy poco el empleo que se crea y, sobre todo, es de muy mala calidad en su mayoría, de tal forma que la precariedad laboral y el mal reparto del trabajo es la nota predominante. Y así sucede que para millones de personas trabajar no los saca de la pobreza, no los independiza económicamente de sus padres o de sus abuelos, no les permite programar mínimamente su futuro y, con toda seguridad vivirán mucho peor que sus progenitores. Y esta última perspectiva vital sí que está siendo un acontecimiento histórico de primer orden, pero en el catálogo de las catástrofes sociales.

Piensa ahora, amiga mía, que en este contexto emerge la corrupción como problema estructural que lo infecta todo y se convierte, lógicamente, en primordial preocupación social, tal como nos dicen las encuestas, al mismo tiempo que crece el convencimiento de que solo estamos ante la punta del iceberg, que sale a la superficie tras el arduo trabajo de investigadores y jueces y a pesar de que se los contiene, desde el poder, negándoles medios y recursos y obstaculizando su tarea. Y si a esto añadimos el deterioro creciente de los servicios públicos fundamentales para la vida, no debemos de extrañarnos de que en el futuro más próximo se desarrolle otro muy peligroso cambio climático. Me refiero a que la sociedad se encanalle y se incremente, hasta límites indeseables, el clima de conflictividad en un muy peligroso ambiente de calentamiento social.

Cuando el conflicto estalle, no debemos olvidar que su origen está, no tanto en la crisis, a la que todo se achaca, sino en los métodos empleados por nuestros prebostes para salir, en falso, de ella. Y mucho menos la futura confrontación se deberá a las justas reivindicaciones y legítimas movilizaciones que seguramente se vayan a producir, sino a las nefastas políticas que hoy se aplican y que tanto celebran.

Y la verdad, querida, yo no sé qué celebran ni de qué coño se ríen.

Un beso.

Andrés