Hemos conocido esta semana los impresionantes, escandalosos, beneficios de tres grandes del IBEX, las primeras movilizaciones y huelgas en demanda de subidas salariales, los buenos datos de empleo y los también buenos pronósticos de crecimiento general de la economía para este año, pero al PSOE de Sánchez, y no hay otro, sólo le importa echar a Rajoy. Despedir a Alfonso Guerra y a Madina deja impertérrita a una militancia abducida que aclama a Sánchez y aplaude los acuerdos con Podemos, los que ya tenían en muchos sitios y los que acaban de cerrar al más alto nivel en Castilla/La Mancha. A esa militancia y a su dirección en Ferraz y en todas partes les trae sin cuidado lo que el independentismo cuece en Cataluña y lo que desde el Estado pueda hacerse y se hace para desactivar el mayor de nuestros problemas políticos. En realidad no le van a apoyar en esa tarea porque sólo les importa el fracaso de Rajoy. No advierten que ellos mismos se rompen, que están rotos. El discurso de Sánchez tras la declaración como testigo de Rajoy fue ridículo cuando se pretendía solemne, risible queriendo ser dramático y absolutamente estéril creyéndose trascendente. Hay que decirlo una vez más, la corrupción, como el mal, es compañera inevitable del poder en las dictaduras como en las democracias, hay que combatirla con todas las fuerzas de la ley y los tribunales claro está, pero en ella no se agota la política. Corrupción en el fútbol, en la SGAE, en los partidos, en la banca y en la empresa: se persigue, se juzga y se castiga pero seguirá existiendo como el poder, la política y el género humano. Si Sánchez y Podemos no ofrecen otra cosa que combatir la corrupción y prometer, infantilmente, que acabarán con ella cuando echen a Rajoy, van listos. Ellos y nosotros si la cordura y el realismo no pueden contar con los dos partidos que suman diez millones de votos. Su debilitamiento es imprescindible para progresar adecuadamente.

A esa cojera del sistema, la que afecta seriamente a su pata izquierda, hay que sumar, para mayor dificultad, la cada vez más complicada gestión del modelo autonómico. Esta semana hemos conocido el informe sobre financiación de la comisión de sabios, uno por comunidad. Ausentes vascos y navarros más Cataluña, la comisión ha mostrado acuerdos y desacuerdos. Acuerdo en revisar, en ajustar mejor las cuentas, la financiación de las comunidades forales, acuerdos parciales sobre distintos impuestos, el copago o la solidaridad y muchos desacuerdos. Lo que transmiten los sabios es que entre las autonomías ricas y las que no lo son hay importantes desencuentros que promueven desazón y no poca decepción con el modelo. Es evidente que para preservar la unidad es necesario blindar la solidaridad territorial, la que demandan los ciudadanos, desconcertados por las diferencias fiscales, sanitarias o educativas, impulsadas sin causa sólidamente fundada desde las nomenclaturas autonómicas. Se requiere, pues, un Estado con instrumentos consistentes y eficaces que frene los afanes centrifugadores y garantice la unidad y la solidaridad.

En ese escenario, y con el grotesco espectáculo del independentismo catalán al fondo, hay que felicitarse por contar con un gobierno del Estado y un presidente centrado en su papel, pese a pasarlas canutas para articular mayorías parlamentarias aún en las decisiones de más calado al no contar con la pata izquierda del sistema. Visto y oído lo que hacen sus dos integrantes, escalofríos da pensar adonde irían a parar la unidad y la solidaridad que nos preservan como país si llegaran a gobernarlo.