Que yo recuerde ahora -y que conste que no va con segunda intención- creo que he sido testigo en un juicio solamente una vez. Un juzgado me citó como tal para dar testimonio de que una persona desempeñaba correctamente su trabajo, porque yo era el responsable de verificarlo; el tribunal juzgaría si podría ser responsable de cuidar a sus hijos o no. Lógicamente no me sentí presionado, respondí la verdad que yo conocía y esa persona pudo seguir ejerciendo sus derechos y deberes. Digo que no me sentí presionado, pero no es del todo cierto; en aquel breve interrogatorio una de las partes buscaba la contradicción para anular mi testimonio, me reafirmé; pero me quedé con las ganas de desahogarme con un par de frases irónicas referidas a la táctica procesal que libremente usaba aquel togado.

La semana pasada, viendo el desparpajo del testigo de la causa por corrupción en el PP, una tontería comparada con la vida de unos niños, observamos todos que el citado a declarar, además de mentir, lo hacía con una soltura envidiable y daba consejos insultantes a todos los presentes. Entiendo que incurriese en el delito de falso testimonio, puesto que de lo contrario, podría salir de allí como sospechoso o cómplice del delito investigado; pero lo que no entiendo es la arrogancia ni la chulería ante quienes le interrogaban. En derecho, el testigo es la persona que presenta testimonio ante el tribunal sobre hechos que son relevantes para la resolución del asunto sometido a su decisión. Nuestro ilustre testigo en cuestión, procesalmente salió ileso, pero su crédito político y personal quedó en números rojos.

Puestos ya a indagar qué es un testigo desde la antigüedad nos encontramos, como es frecuente, con variadas teorías. La más divulgada habla de la procedencia de la palabra testiculus, así que los testículos son los pequeños testigos; un bulo, para muchos, nos habla de la costumbre de los romanos, que juraban decir la verdad apretándose los testículos con la mano derecha, comprometiendo tan sensible parte si mentían. De hecho, aunque la jerarquía vaticana lo niegue, la papisa Juana, la mujer que usurpó el papado católico ocultando su sexo, pudo haber sido Benedicto III o Juan VIII, breves pontificados ambos en el S IX; pese a que se dice que después de cada cónclave, el cardenal que sería Papa, era sometido a una prueba, realizada por otro cardenal que debía palpar los genitales del elegido con el fin de asegurarse y testificar ante los demás los demás de que se trataba de un varón. Pese a todo, otra teoría etimológica más sesuda se remonta al indoeuropeo y según sus estudiosos, el testigo sería la tercera persona presente entre dos en litigio. El testigo Rajoy fue llamado por su conocimiento de los hechos. Observen, pues.