Saludos en esta nueva jornada que hoy compartimos. Casi ya en la mitad de agosto, el verano está más que consolidado. No quiero ser agorero si usted es de los que se ponen tristes cuando el estío decae y termina por fenecer, pero poco queda ya... La buena noticia es que, después del verano llegará un espléndido otoño con colores sublimes, un invierno fantástico, una primavera explosiva y un nuevo y maravilloso verano... Y uno más, y otro, y otro... Y así mientras tengamos la suerte de vivir para contarlo...

Precisamente de vivir va la columna de hoy. De algo que llevamos toda la vida haciendo -nunca mejor dicho- pero que parece que va adquiriendo nuevos matices al ir evolucionando los tiempos. Aunque algunos de ellos sean difíciles de entender o de compartir, al menos para mí. Hoy me referiré a determinados comportamientos en las redes sociales y, en particular, en Facebook. No cabe duda de que internet y tales redes nos han cambiado un poco la vida, en general, y que su potencia es inmensa. Pero su existencia también ha propiciado, yendo más allá, que hoy haya personas que utilizan tales recursos como un casi exhaustivo tablón de anuncios en el que reflejan, prácticamente, todos los aspectos de su vida. Algo que, como les adelantaba, me resulta difícil de entender. Aunque, por supuesto, lo respete.

Utilizo Facebook por temas profesionales desde sus comienzos, y estoy convencido de que es una herramienta muy potente para comunicar y, en último término, para vender. En lo personal, puedo publicar una fotografía o media docena de un determinado lugar, solo en contadas ocasiones, o de una prueba deportiva en la que participe, todo muy de vez en cuando y nunca de forma sistemática. O quizá comente algo que ha llamado mi atención, y que considere que hay otras personas a las que pueda interesar. También, cómo no, intento dejar constancia en esta y otras redes de mis artículos, que son públicos y están pensados para ser compartidos. O felicito por su cumpleaños a alguien que está lejos y al que no veo personalmente. Pero si tengo que hablar con alguien, ni se me pasa por la cabeza hacerlo utilizando tal herramienta. Y si tal conversación contempla elementos de carácter personal, muchísimo menos. ¿Y a ustedes?

No me digan todos que tampoco lo hacen... Miren, conozco personas que se declaran amor eterno por Facebook, que discuten por allí, se reconcilian utilizando tal plataforma y se juran de nuevo tal amor, las veces que haga falta, usando el mismo medio. Que no comen casi nada que no publiquen. Que nos cuentan todos sus viajes, con pelos y señales, sin omitir ningún aspecto de los mismos. O que nos explican, cada día, qué harán en esa jornada, aunque sea algo tan común como tomar un café. Conozco personas que ligan así su vida, de forma extraña, a las opiniones y los me gusta -en todos sus matices- de sus amigos y familiares, o de la sociedad en su conjunto. Y en cuya vida se funde lo íntimo y lo público, casi sin transición. Sinceramente... ¿les aporta algo?

Insisto, si yo quiero explicarle a alguien que le quiero, se lo digo en persona. Y si tengo un problema con otro ser, lo hablo con él. Hacerlo público es, para mí, novelar de alguna manera esa misma acción. Convertirse en protagonista de algo mediático que nunca debió trascender la esfera de lo personal. Y es que... ¿qué sentido tiene explicarle a alguien que le quiero con altavoces, luz y taquígrafos...? Facebook se ha convertido -y no es juicio moral, que no procede, sino meramente operativo, analizando coste y beneficio personal- en el altavoz perfecto para una nueva forma de exhibicionismo, basado quizá en los reality shows, y que para mí tiene hasta ribetes de la magnifica El show de Truman. Pero con el matiz de que gana dinero a espuertas mientras, de alguna forma, contribuye a reducir nuestro campo de relación real, virtualizando la convivencia auténtica... Hace algunos años empecé a entenderlo así, y procuro ser consecuente con ello. Y de ahí, también, el compartir esta reflexión. Ya me dirán qué les parece, si lo tienen a bien, entre baño y baño, paseo y paseo, o en la tarde de solaz contemplando un océano siempre cautivador. Pero todo ello real, ¿eh? No vayan a perdérselo mientras lo ven en las redes sociales o lo fotografían compulsivamente para colgarlo allí...