Las estadísticas publicadas la pasada semana por este periódico sobre el abandono que sufre el sector agrario gallego revelan una inquietante radiografía que enciende todas las alarmas. Galicia ha perdido en la última década la décima parte de sus tierras de labranza, en un acelerado declive que conduce irremisiblemente, si no se le pone remedio, a un colapso de la actividad social y económica en su medio rural.

Más de 33.364 hectáreas de tierras de labor han sido abandonadas desde el inicio de la crisis en la comunidad. Es la superficie que se dedica al cultivo de cereales, legumbres, hortalizas y forraje, las especies del campo significativas para la economía rural, que suponen una décima parte del volumen de este tipo de explotaciones agrarias.

Esta pérdida de producción se palia con más importaciones y una creciente dependencia del exterior en el abastecimiento de estos alimentos. Por poner un ejemplo, Galicia contaba en 2007 con 1.500 hectáreas dedicadas al cultivo de tomate que en junio de este año se habían reducido a 900. Consecuentemente, la importación de tomate se disparó un 51% en el último año, hasta superar las 300 toneladas entre enero y mayo. Las tierras dedicadas al trigo, centeno y patata acusan también este deterioro, al dejar de trabajarse 14.000 hectáreas en los últimos años.

En determinados cultivos, como es el caso del forraje, esencial para alimentar el ganado, se ha dado una conjunción de factores negativos, el abandono de tierras, la crisis láctea y la sequía, que han multiplicado las consecuencias. Así, aunque el número de hectáreas abandonadas para este fin es de 246.000, cerca de un 10% de la superficie que se trabajaba en 2007, las importaciones se han cuadriplicado en lo que va de 2017, con 13.600 toneladas frente a las 3.100 que se habían adquirido a mediados de 2016. Es la tendencia contraria de lo que ocurre en el conjunto de España, donde la importación de forraje para ganadería descendió en más de 100.000 toneladas.

La pérdida de peso del sector agrario en la economía gallega se ha agudizado y acumula ya en los últimos años una sangría de 20.000 afiliados a la Seguridad Social, que representa un 35% del volumen de trabajadores que registraba hace una década. Esta hemorragia laboral, lejos de ir atenuándose, se está agudizando.

En los últimos doce meses, el sector agrario gallego ha perdido casi un millar de cotizantes, un 2,5% del total, que contrasta con la dinámica que atraviesan el resto de sectores. En el mismo periodo, la Seguridad Social ganó un 1,7% de afiliados en la comunidad.

El desplome de la actividad agraria es la principal causa del hundimiento poblacional en el rural gallego. Galicia lidera en España la caída demográfica en el medio rural, con un alarmante porcentaje del 8%, mientras que la media nacional no llega al 3%. A razón de 25 personas cada día, según las últimas estadísticas oficiales.

A esta reducción de la población del rural gallego hay que sumarle su enorme grado de envejecimiento. La proporción de habitantes con más de 65 años, que representa el 24%, duplica la de menores de 16 años, que apenas llega al 12%.

El rural gallego se está convirtiendo en un paradigma de lo que no debe ser un medio vivo. Inmerso en un creciente proceso de desertización y abandono de tierras de labor y con una población menguante y envejecida sin relevo generacional, la Galicia agraria agoniza.

Hace años que el mal está diagnosticado. Todos coinciden en la necesidad de frenar esta sangría demográfica, social y económica, pero no acaban de verse decididas políticas a la altura de la magnitud del problema. Una de las claves del problema reside sin duda en una desequilibrada estadística: Galicia cuenta con 1,3 millones de propietarios de fincas rurales y 30.000 explotaciones ganaderas, un desajuste que la hace única en el contexto europeo y hunde sus raíces en la redención foral de principios del siglo XX.

El fenómeno del éxodo rural, una tendencia que se ha asentado en la comunidad desde hace décadas, se ha acelerado de manera preocupante en los últimos años por la crisis económica, con un creciente abandono de fincas cultivables y forestales. Pero al mismo tiempo se da la paradoja de que las explotaciones ganaderas tienen aquí dificultades para aumentar su base territorial.

Un ejemplo de ello es la crisis láctea. Los ganaderos gallegos soportan en España los precios más bajos de la leche, pese a ser la comunidad que más produce. La razón está en que la atomizada fragmentación de los productores les hace más vulnerables en la negociación con los grandes distribuidores.

A esto se suma un importante déficit de profesionalización en la estructura cooperativa y un gran atraso respecto a otras comunidades españolas en la implicación de los agricultores y ganaderos en la transformación industrial de sus productos. Miguel Ángel Díaz Yubero, coordinador del libro "El sector lácteo español en la encrucijada", apunta que Galicia necesita un pacto de país para generar riqueza en los ganaderos y en la industria.

Es necesario darle una vuelta de tuerca a un declive que conduce a la Galicia rural a la desaparición. Hace falta extirpar los profundos males estructurales del rural gallego y sembrarlo de iniciativas que produzcan riqueza. Es el camino para frenar el abandono de tierras y la despoblación.