Qué tal están? Espero que bien... Ya ven, nueva columna y nuevo día bajo el sol. Aquí seguimos, siendo testigos de una época y compartiéndolo... Y hoy dispuesto a plantearles una reflexión en clave de prospectiva personal e intransferible de cada uno de nosotros, si me lo permiten... Podríamos comenzar con una pregunta, enunciada más o menos, como ¿Qué es esencial en sus vidas? ¿Qué es accesorio? ¿Qué sentido le encuentran ustedes a todo esto? ¿Por qué viven y por qué luchan ustedes? Lo planteo inicialmente a partir de algunas de las reflexiones en mi último artículo -en el que hablaba de la situación en Cataluña- donde introducía el tema del origen y lugar de residencia de las personas y su percepción sobre ello, su forma de vivir su gentilicio. A partir de ahí surgen temas como el nivel de apego o el sentimiento de pertenencia a una determinada comunidad, con las consiguientes euforias y dramas personales y colectivos, a veces llevados hasta el extremo... ¿Qué es aquello por lo que vibran ustedes?

Ciertamente, cuando escucho muchos de los razonamientos de corte nacionalista -español, catalán o de donde sea- noto que hay personas que vibran por conceptos que a mí me quedan muy lejos. Y es que entiendo las divisiones administrativas, incluso de orden supranacional, como un ejercicio de superposición a la realidad que, fuera de que vayan bien para seguir un cierto orden y poder administrarnos y salir adelante, no tienen muchísimo más recorrido. Ya les decía el otro día que a mí me va bien ser español, gallego y coruñés, pero que igualmente me quedaría si fuese alemán, bávaro y de Múnich. Al fin y al cabo, y también reflexionaba el otro día sobre ello, me siento más apegado a las ideas y creencias de, pongamos por caso, algún neozelandés, que a muchas de las cuestiones top de nuestro día a día coruñés. ¿Por qué tenemos que ir todos a una si, además, eso no es verdad? No olviden que el principal motor de nuestra forma de comportarnos, fuera de algunos rasgos más ligados al contexto, es nuestra propia personalidad...

Pero sí, hay personas que vibran con realidades que, desde mi punto de vista, no dejan de producirme sorpresa. Hay quienes son capaces de "dar la vida" (sic) por los colores de su equipo de fútbol. Yo no. Y es más, me gusta jugar al fútbol, pero no tengo el más mínimo apego a ningún equipo, habida cuenta de que me aburre sobremanera ver cómo otros hacen deporte, y no yo, no cuentan conmigo en su lucrativo negocio, y no suponen un emprendimiento verdaderamente local, tejido y aupado desde instancias activas e inclusivas de una determinada ciudad. Es una industria que, como todas, está bien que cumpla su papel -en este caso, entretener al que guste de tal tipo de espectáculo-, pero nada más.

Sin embargo, les he puesto dos ejemplos -el fútbol y la cuestión de la nacionalidad de cada uno- con los que muchos de ustedes vibran, y tanto. Y yo no. Quizá sea un tipo poco apegado a todo ello, pero es bien cierto que me interesa mucho más el apego a las personas, fuera de etiquetas colectivas y más ligado a esa experiencia tan única llamada amistad. Algo que no vive sus mejores horas, precisamente, porque parece que la sociedad postmoderna la ha empezado a considerar una realidad supeditada a otras más orientadas a otro tipo de valores o intereses. Pero algo, sí, en lo que muchos persistimos, entendiendo que lo mejor que nos podemos llevar de esta vida no es oropel, lujo, boato o reconocimiento, sino tal amistad.

Miren. Ahí fuera tiembla la tierra -fíjense qué desastre en México- y sopla un viento huracanado jamás registrado -y si no que se lo pregunten a Haití, Cuba o Florida, por ejemplo, donde está azotando y causando estragos Irma, después de Harvey y antes de José -. No sé. Quizá esas experiencias que poco entienden de fronteras deberían hacernos reflexionar sobre qué esperamos de la vida y cómo estamos dispuestos a aprovechar la sinergia de tanta sabiduría, conocimiento y buenos sentimientos acumulados en la Historia, y vibrar con ello, más que con esos otros registros menos sugerentes en términos de concordia y crecimiento personal y colectivo.

Tiembla la tierra, sí, y sopla el viento. Y nos vienen de lejos realidades que nos recuerdan, nítidas, que esto de la vida es una experiencia muy personal y, a la vez, muy colectiva. Y que muchas de las estructuras que nos parecen inamovibles y categóricas no son más que meros constructos humanos, poco relacionados con la naturaleza, sus fuerzas y las manifestaciones de las mismas. Yo vibro, por ejemplo, con historias de superación relacionadas con personas que se reinventan a sí mismas, que se caen, y que no dejan de andar, crecer y moverse. Personas o grupos de personas que nos demuestran aquello de que la necesidad crea el hábito y que, cuando no hay apenas necesidades, uno corre el riesgo de entrar en una zona de letargo de la que a veces es difícil salir. Y en la que, desde luego, es difícil vibrar...

Quizá sea una persona muy orientada al largo plazo y la prospectiva y perspectiva personal y colectiva, pero les aseguro que a mí me interesa lo esencial, y no los culebrones de corto y medio plazo que es casi lo único que se programa en esta España que nos toca hoy. Culebrones políticos y sociales, mientras lo económico pita de aquella manera -mejor ahora que unos años, pero groseramente mucho más concentrado- y perdemos ilusión, energía, capacidad, talento, magia y voluntad a borbotones... Craso error. Porque lo más importante en esta vida, desde mi punto de vista, es no perder la capacidad de ilusionarse, crear, creer, naufragar en lo propio, rearmarlo y... vibrar. Nunca me dejen de vibrar. Pero que no sea meramente con el fútbol o las cosas de la organización política y territorial... Esas cosas no dejan de ser menudencias en esta gran aventura, personal e intransferible -como he dicho ya-, que es ir viviendo...