Tengan ustedes buena jornada. Poco a poco, los estudiantes han ido incorporándose ya a las aulas, y quién diría que hace quince días las playas bullían de ocio y personas disfrutando del tiempo de solaz. El curso ha empezado y, como tal, las estampas propias de él se suceden en toda la geografía nacional. Será un tiempo de retos y de propuestas, de esfuerzos y, seguro, de resultados. Y sobre esto, si les parece, hablaremos hoy en esta columna...

Porque, con el curso, surgen análisis que nos confirman los buenos pasos y, al tiempo, nos advierten sobre lo que va peor en el complejo y a la vez sugerente mundo de profesores y educandos. Uno de tales trabajos es el llamado Panorama de la Educación 2017, auspiciado por la OCDE, Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico. Y, este año, en el mismo hay un dato verdaderamente palmario: Uno de cada tres de nuestros jóvenes, en España, no llegan a completar el Bachillerato o la Formación Profesional Superior. Preocupa, ¿no? Porque no se olviden de que, con tales mimbres, dibujaremos la sociedad de dentro de unos años...

Se han alzado voces que, a partir de ahí, reclaman una mayor inversión gubernamental en este ámbito. Lo cierto es que la misma ha bajado en este último ejercicio, no llegando al cuatro por ciento. Fíjense que las economías más avanzadas, esas que nos circundan y que siempre ponemos de ejemplo, gastan mucho más en el capítulo educativo. Llegan hasta un nivel de un siete por ciento, que ha sido planteado por la comunidad internacional como óptimo, y que propició acciones de sensibilización en muchos países. Déjenme que recuerde con cariño, llegados a este punto, la campaña que se puso en marcha en Nicaragua, cuyo lema era El 7% es la nota, que precisamente reclamaba ese porcentaje del presupuesto anual para ser invertido en educación, con la que tuve algo que ver, y de la cual aún conservo un niki con el que, de vez en cuando, acudo a clase. En España, en este momento, claramente suspendemos.

Pero es cierto que un incremento del gasto no será una varita mágica que permita, directamente, mejorar la educación. No sólo es cuánto se gasta, sino en qué. Gastar por gastar no sirve para nada. Hay que buscar los mejores impactos, y eso no es fácil, ni en educación ni en ámbito alguno. Y menos cuando se hace de una manera deslabazada, en el sentido de que cada grupo de poder -cada partido político- va aplicando su propia receta sin el necesario consenso sólido que ancle, de una vez por todas, las pautas fundamentales que seguiremos en este ámbito. Los Presupuestos orientados a objetivos y al desempeño en los mismos podrían ayudarnos, aunque este siga siendo un tema en el que nuestro país está todavía muy verde.

Soy de los que piensan que España no progresará realmente en el campo educativo mientras no se llegue a tal consenso, con la participación no sólo de parlamentarios y Administración, sino de todas las instancias o grupos de interés concernidos en tal ámbito. Si no es así, se aplicarán parches, contraparches y recontraparches, sin mayor visión de futuro. Y cuando se vaya produciendo la normal, natural y necesaria alternancia democrática, unos destruirán lo de los precedentes para construir lo suyo, que nuevamente será demolido por los que vengan detrás.

No. Hace falta consenso. Y en ese sentido me constan los trabajos de la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados, por ejemplo. Pero hace falta mucho más. Porque el maldito "juego político" que unos y otros aplican está en medio de todo, como siempre, cercenando en innumerables ocasiones las decisiones, ideas y políticas orientadas verdaderamente al bien común, que generalmente estriban en un compendio a partir de lo aportado por todos. De eso, lamentablemente, muchas veces entienden poco los partidos cuando se trata de defenestrar al de enfrente o de ponerse medallas, sea uno Gobierno u oposición al mismo.

Desgraciadamente, la realidad no entiende de ese juego político. Y los datos, mientras, nos abruman y superan. Si España ya ha ganado de forma clara en desigualdad en estos últimos años, lo contenido en el informe de la OCDE -recuerden, uno de cada tres jóvenes no continúa después de la Educación Secundaria Obligatoria- será la puntilla en términos de inequidad para muchos ciudadanos y ciudadanas. No podemos quedarnos de brazos cruzados. Porque eso significará una sociedad notablemente peor en términos de inseguridad, quiebra social, pesimismo, falta de cohesión, menor solidaridad y desigualdad de oportunidades.

Gastar más, gastar mejor y una correcta y adecuada evaluación del desempeño docente son urgentes, ya, en nuestro país. No es cuestión de interpretaciones. La verdad nos está superando... Y para eso las soluciones desde la política deben abandonar el tempo de las intenciones. Nos la jugamos. Y vamos mal...