No hay que esforzarse mucho para descifrar los motivos de los independentistas sea cual sea su naturaleza y el juicio que nos merezcan. Se basen en mentiras, en emociones o en cálculos racionales, se expongan con erudición, frívolamente o a voz en grito, su discernimiento está al alcance de cualquiera. Quieren la independencia al precio que sea y cuanto antes mejor. Por eso no aceptarían la victoria del no en un referéndum por más tiempo del necesario para recuperarse del disgusto y exigir el siguiente y luego otro. ERC, PdeCat y la CUP están en esa línea y para lograr su objetivo se saltan la Constitución, el Estatuto, el reglamento parlamentario y lo que les salga al paso. Pero sin esconder sus motivos y su meta.

Menos claros son los soberanistas que apoyan un referéndum conforme a la ley y a la Constitución, pactado entre la Generalitat y el Estado. Como el diputado Coscubiela, celebrado no sé a cuento de qué, que en reciente entrevista en La Vanguardia se dice soberanista y partidario del referéndum pactado y legal en la línea de la sugerencia, a mi juicio desafortunadísima, expuesta en su día por el que fuera vicepresidente del TC, Rubio Llorente. Si una minoría territorializada desea la independencia no se le pueden oponer obstáculos formales, venía a decir y, en consecuencia, habría que modificar la legislación para poder celebrar un referéndum legal en Cataluña, lo que es tanto como reconocerles así su condición soberana. Coscubiela, soberanista, hace suya la idea con la que sería posible ir desmembrando España paso a paso con solo cambiar la ley. O desmembrar en provincias y municipios Cataluña o Galicia, suprimir cualquier derecho y la misma democracia, basta con cambiar la ley reducida así a mero obstáculo formal. Pero ocurre que la ley es la que es, la CE es la que es y las sentencias del TC que prohíben el referéndum son las que son. Esa es la realidad y Coscubiela, porque es soberanista, quiere cambiarla con un referéndum en el que poder decidir si Cataluña se queda o se va. Y, encima, tachando de poco democrática la posición de quienes se niegan a cambiar la legislación que permitiría el referéndum. Que a día de hoy, estando las cosas como están, cuando o se está con la Constitución o en su contra, haya quien se empeñe en confundirnos con terceras vías es difícil de aceptar. E imposible de compartir su deseo de que en esta confrontación no haya vencedores ni vencidos, el viejo mantra del nacionalismo vasco.

Hay una tercera posición, la de Iglesias, cuyos motivos y objetivo evidencian la confusión que inunda su cabeza y el oportunismo que gobierna su andadura política. Su ¡viva Cataluña libre y soberana! tras haberse proclamado orgulloso de ser español, puede figurar en la historia del esperpento y en la de la picaresca, géneros españoles ambos. No pasaría de ahí de ser uno más, pero tratándose del líder de un partido con cinco millones de votos y decenas de escaños por toda España, la posición de Iglesias y su partido ante el referéndum se suma, sépanlo o no, a la de los que buscan la quiebra del Estado constitucional y de nuestro sistema democrático de convivencia. Convendría que el PSOE no lo trivialice y empiece a plantearse seriamente la necesidad de distanciarse, en todo lugar e instancia, de Iglesias y sus socios tanto como de los independentistas declarados y de los que confunden los molinos con gigantes, porque quien no tiene claro el modelo territorial y la titularidad de la soberanía o los derechos y libertades no puede ser un apoyo para llegar a La Moncloa.