Déjenme que recoja hoy las palabras de un amigo de muchos años, al que aprecio, para expresar un sentimiento... Hace un tiempo, él escribía estas frases, llenas de sentido y sensibilidad... Déjenme, como les digo, que las comparta con ustedes... Mi amigo expresaba, poniéndose en la piel de una persona muy cercana a la que él quería, enferma de Alzhéimer... "Me suena su cara, pero no sé de qué. Él viene, me sonríe, me abraza y me da un beso. Le miro sin comprender. Sé que le conozco. Tengo un vago recuerdo de un niño en una bicicleta. ¿Será él? Le miro, pero no lo sé. Le miro a ella. También me sonríe. Ella me cuida todos los días. Creo que es mi hija. Igual él es mi nieto". Palabras llenas de sentimiento, sin duda. Y que a muchos de ustedes les sonarán... Y es que esto nos toca a todos, un poco más de lejos... o de cerca.

Va otro testimonio, que también puede explicar mucho sobre qué implica tal enfermedad, descrita por el psiquiatra y neurólogo alemán Alois Alzheimer a principios del siglo XX, cuyo diagnóstico diferencial respecto a otras demencias es siempre complejo y difícil, teniendo que recurrir los médicos a veces a la necropsia cuando quieren estar seguros, una vez que el final ha llegado. Es la realidad de una familia angustiada ante un cambio brusco de comportamiento de un ser querido y próximo, que también experimenta importantes lagunas en su memoria. El médico les explica qué es Alzhéimer. Su interlocutora suspira, aliviada... "Pensé que era un tumor". El médico le mira y le dice: "Bueno, un tumor se afronta y el proceso -en función del estadiaje y la tipología, por ejemplo- puede ir para adelante o para atrás". Esto es duro, no tiene cura, y más rápido o más lento, siempre progresa...

Retazos de vida, ya ven, relacionados con uno de los azotes que nos acechan. Una dolencia de la que hoy se habla mucho, de la que hay diferentes ensayos clínicos en marcha, que buscan proteger al sistema nervioso -y, en particular, al cerebro- de la acumulación de proteína beta-amiloide -causante de la enfermedad-, pero cuyas cifras van en aumento, Un mal duro y ruin, porque priva a muchas personas que lo sufren, de forma avanzada, de casi todo. No es ya el sufrimiento físico o mental. Es el olvido. Es la pérdida de la noción de muchas de nuestras referencias cercanas. Y que en el año 2050 alcanzará en el mundo a ciento cuarenta millones de personas, un millón en nuestro país. Un desastre en lo personal y una sangría en términos sociales y económicos, porque la persona con esta patología se torna altamente dependiente, y sus necesidades implican muchos recursos, traducidos a personas a veces pendientes de ellas las veinticuatro horas del día. Es por ello muy importante que el conjunto de la sociedad se fije en esta patología, y trate de poner los medios, las actitudes y las capacidades colectivas al servicio de las personas que lo sufren y, muy importante, de sus personas cuidadoras. Porque el Alzhéimer, entre otros rasgos, implica a todo un entorno. Si una persona está mínimamente socializada, su diagnóstico afectará a todo ese núcleo alrededor de ella, que se hará totalmente necesario e imprescindible.

En nuestra ciudad, la sociedad organizada busca respuestas al Alzhéimer. En Afaco -Asociación de Familiares de Enfermos de Alzhéimer de A Coruña- muchas personas llevan muchos años dando el callo para apoyar a los enfermos y sus familias. Un ejemplo más de tantas organizaciones promovidas por las propias familias de afectados por una determinada enfermedad o conjunto de ellas, que se juntan y vertebran para dar la mejor respuesta posible a sus seres queridos y, a partir de ahí, a todas las personas que les pidan ayuda. Ellos son los verdaderos protagonistas, junto con las personas afectadas, del Día Mundial del Alzhéimer, que se ha celebrado anteayer. A ellos dedico estas líneas, en clave de agradecimiento, solidaridad y esperanza.