Buenos días tengan ustedes! Cada día como el de hoy, 27 de septiembre, me viene a la cabeza una figura cuya historia conocí hace muchos años, y que nunca he olvidado. Seguramente fue un adelantado a su época, bien diferente a la de hoy. Su nombre figura en el Santoral, pero mucho más allá de las consideraciones más o menos espirituales que cada uno quiera asociar a su persona, siempre he pensado que este hombre, fallecido en el siglo XVII, tiene mucho que contarnos a todos y cada uno de nosotros. Hablo de Vicente de Paúl, alguien que vivió una primera parte de su vida de forma más o menos acomodada, asistiendo espiritual y formativamente a los más ricos. Y una segunda, mucho más intensa, al lado de quien más lo necesitaba, después de un proceso de renovación personal que me recuerda, personalmente, al de Óscar Arnulfo Romero -Monseñor Romero-, que también tomó una opción personal por las personas más necesitadas. Gente extraordinaria que, después de haber visto, tocado y vivido el oropel, decidió bajar al barro y cambiar de vida radicalmente. Y que, en el caso de Romero o de Juan Gerardi, obispo guatemalteco, les costó la vida.

Hay quien dice que Vicente de Paúl fue el precursor del trabajo social. No sé si la afirmación será compartida desde todos los sectores implicados y desde los puntos de vista actuales. Pero lo cierto es que su obra social es verdaderamente apabullante, y continúa hoy. Vicente de Paúl fue el primero en hablar, o en hacerlo habiendo quedado registrado para la posteridad, de dignidad de todas las personas independientemente de su condición social. Y, salvando los elementos propios de la comunicación y la visión de la época, tuvo la capacidad de entender el servicio a los demás de una forma profunda y radicalmente distinta.

En realidad hoy no les iba a hablar exactamente de Vicente de Paúl, pese a ser -de nuevo- 27 de septiembre. Lo iba a hacer de los incumplimientos de este país en materia de acogida a personas refugiadas, que nos lleva a la vergüenza de reconocer que, habiéndose agotado el plazo dado por la Unión Europea para integrar a la totalidad de personas a las que nos habíamos comprometido a asistir, las cifras son muy magras. En concreto, y en el caso de España, han llegado 1.983 cuando el Gobierno había firmado que serían 17.337. Un completo desastre, medido en caras y ojos concretos, de seres humanos como usted y como yo, y a quien el destino les está jugando una mala pasada.

Y, miren, las dos cuestiones encajan. Vicente de Paúl hablaba de derechos de las personas y, entre otras, en particular, de las víctimas de la guerra. Y, así, asistió a los miles de desheredados en París y otras poblaciones de Francia tras la Guerra de la Fronda, en 1648, después de la Guerra de los Treinta Años. Quizá en nuestra sociedad posmoderna -o transmoderna, dicen algunos autores- y profundamente líquida, una buena trasposición de tales necesidades pueda ser identificada con lo que se sufre hoy en Siria, Iraq o Afganistán, por poner algunos ejemplos de una descarnada realidad que, a veces, a nosotros también nos salpica.

Y, ante ello, nuestros administradores dicen, se desdicen y no hacen. Ponen excusas, como que la debacle tiene que ver con la incapacidad de los griegos para destinar familias a nuestro país o cosas parecidas, pero todas de poca chicha. En eso hemos fallado y estamos fallando, y un buen punto de partida sería reconocerlo para, al menos, tener capacidad de articular algún plan para cambiar una situación realmente lamentable. Y profundamente irregular, porque eran compromisos adquiridos, no meras intenciones.

España ha fallado, y mucho, dentro de una Unión Europea que no ha estado a la altura, con países -Hungría, Polonia...- que merecerían directamente salir de tal superestructura por sus continuas trabas a lo que tenía el carácter de vinculante. Una Europa en la que, sin embargo, brilla la Alemania de Merkel, con seiscientas mil personas solicitantes de refugio y asilo acogidas, a pesar de que ello le haya pasado factura electoral y, como consecuencia, haya encumbrado a la ultraderecha a ser la tercera fuerza política en el país. Pero aquí no. En estos temas -menores, a juicio de nuestros administradores- se dice una cosa y se hace otra. Y luego el ministro Zoido hace el papelón en el Congreso de decir que ellos querían, pero que la cosa internacional se enquistó y las cuentas no salieron.

Bueno... No era cuestión de que D. Mariano Rajoy emulase al ínclito Vicente de Paúl, ni mucho menos. Era, simplemente, que respetase lo acordado en el seno de Europa, con carácter obligatorio y que no podía ser soslayado.

P.D. Aviso a navegantes. Si es usted de los que relaciona refugiados con terroristas, o plantea que esas personas vienen aquí a robarnos nuestros trabajos o nuestras ayudas sociales, disculpe que no le atienda. Para hablar de ciertos temas, a mis interlocutores les exijo una cierta cultura básica, unos conocimientos de geopolítica y de Historia más allá de los tópicos, y dosis importantes de valores como la empatía, la justicia social o la solidaridad.