Escuchaba hace unos días a Darío Villanueva, Director de la Real Academia Española de la Lengua, disertar sobre la llamada "posverdad". Lo hacía en el Acto de Apertura del Curso Académico 2017-2018 en el Colegio Peleteiro, en Santiago de Compostela. Ciertamente no era la primera vez que oía al académico, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y exrector de la Universidad de Santiago pronunciarse sobre tal nuevo concepto, que la propia Academia previsiblemente incorporará al Diccionario en su revisión de Diciembre de este mismo año. Pero sí era la única vez en que lo vivía en directo, y su discurso me pareció verdaderamente interesante.

Se dice que la "posverdad" es todo aquello que, a la hora de narrar unos hechos presuntamente objetivos, incorpora a los mismos o los deseos del hablante o, más en general, sus emociones. El resultado de todo ello, obviamente, es que no se trata entonces de una verdad objetiva, sino de la verdad que quiere expresar el emisor de tal acto comunicativo, o la que este presume que quieren oír los receptores del mismo. Una verdad adaptada a las circunstancias y los intereses de las personas.

Desde el día en que el marketing político sustituyó a la comunicación, la "posverdad" está muy presente en nuestra sociedad a la hora de narrar el discurso de lo que ocurre. Tengo la suerte también de seguir, muy de aquella manera, a ratos y mucho menos de lo que me gustaría, a un grupo de filólogos investigadores y profesores de Universidad, cuyo objeto de investigación es el discurso político. Y clama al cielo, cuando uno tiene acceso a sus discursos analizados con rigor, la cantidad de falacias y demás recursos organizados y construidos en torno, precisamente, a la construcción de tal posverdad. Una verdad, repito, ni objetiva ni muchas veces tan siquiera real. Se trata únicamente de la verdad que conviene o cuya versión se quiere imponer.

No hace falta ser muy leído para entroncar todo esto con 1984, la obra de Orwell en que la "intrahistoria", versión novelada de la ahora llamada "posverdad" aparece descrita con todo lujo de detalles. No olvidemos que la obra de Orwell fue escrita entre 1947 y 1948, y lo que entonces era ciencia ficción, hoy es una realidad. La narración histórica basada en la construcción de verdades paralelas se utiliza hoy, y basta con echar un vistazo atento a episodios cuyos protagonistas son grupos altamente polarizados, para verla en su máxima expresión.

Ni que decir tiene que el actual conflicto surgido en torno a los últimos acontecimientos en Cataluña lleva aparejado un discurso en el que la "posverdad" está muy presente. Si uno se aleja de la pasión de unos y otros, y trata de racionalizar cada una de las posturas -que son muchas, complejas y, por lo que se ve, bastante dinámicas o cambiantes- se topa con una construcción de discurso que no responde casi nunca a lo verdaderamente objetivo. Y un mismo hecho, en función de quien lo narre, lleva ya no a conclusiones diferentes -lo cual es mucho más normal y comprensible- sino incluso a una mera descripción radicalmente distinta. Da la impresión de que se trata de realidades diferentes, pararealidades o realidades divergentes.

La "posverdad" es una mala aliada de la ciencia. Y es que en el hecho científico, en tanto que su descripción y tratamiento, la emoción sobra. Por eso es complejo tratar el "tema catalán", con toda su carga de "posverdad" asociada, en lo que supone un gran ejercicio de épica nacionalista catalana y nacionalista española, de una forma aséptica. Sólo pido a las partes que, en beneficio del entendimiento, traten de despojar sus análisis de la mayor parte posible de esa carga emocional, en la que el deseo y el resto de sensaciones e intereses tienen un peso desaforado, para centrarse en la construcción de un futuro sostenible, estable y próspero.

Dicen que estamos en la era de la información, y que la nuestra es la sociedad mejor informada desde el inicio de los tiempos. Posiblemente sea verdad, pero también esto implica un nivel de construcción de diversas realidades, desde posturas, intereses y emociones bien distintas, más alto que nunca en la Historia. Del grado de adhesión al bien común que realmente tengamos surgirá una narrativa verdaderamente más apegada a la realidad o, por contra, otra mucho más centrada en la "posverdad" dimanada de cada una de las partes. No es cuestión baladí. La última, por supuesto, será una sociedad mucho menos vivible. ¿Por qué? Porque, con tales mimbres, será mucho más complicado entenderse, soportarse y dialogar.

Una mentira repetida mil veces a veces es tratada como verdad. Y hay expertos en esto, en la política y en otros ámbitos realmente críticos para nuestra sociedad. Ojalá este no sea el camino que, vía "posverdad" nos introduzca en un angustioso Matrix, en el que la realidad y las ilusiones se solapen y confundan hasta su más absoluta indetectabilidad. Ese día estaremos perdidos. Aunque, muchas veces y a tenor de determinados acontecimientos, a veces piense que tal Armagedón ya ha llegado.