Hoy voy a hacer un artículo pequeño, que seguramente los maquetadores me lo agradecerán. Bueno, o por lo menos no muy largo. Y es que el día viene cargado de información, a tenor de los recientes acontecimientos en torno a lo que ya se ha materializado como una realidad: una declaración de independencia por parte de las instituciones autonómicas de Cataluña.

Se escribirán ríos de tinta sobre ello. Por eso quiero centrarme en lo verdaderamente diferencial desde esta columna. Y es que, más allá de los análisis de todas las torpezas que se han cometido tanto por las autoridades catalanas como por las del Estado, de lo poco adecuado o no que sea esto para Cataluña y para España, o del desastre que puede suponer esto en clave social o económica, para mí hay algo más importante...

Y eso es para mí el hecho de que, una vez más, la superestructura política y partitocrática de la que nos hemos dotado sigue concitando todas las miradas, todas las voluntades y todos los esfuerzos, en detrimento de la verdadera sociedad. La que tiene que construir, compartir, descubrir, acompañar y... trabajar. Los actores políticos y sus veleidades se han comido todo eso, y ahora la nuestra es una sociedad mucho más débil. Una sociedad que se mira mucho más el ombligo, en términos de los excesos, abusos, corrupciones o sueños desde, por, para y en la política, de una forma alejada de la realidad y sus actores.

Ya sé que la política no es eso, no. Pero en eso se ha convertido, al menos aquí, en España. En una industria con actores concretos, que en muchos casos no saben vivir de otra cosa, y que no resistirían una jornada laboral o una entrevista de trabajo. Por eso tantas huidas hacia adelante. Tantas gentes dispuestas a ir hasta el final. Y tantos proyectos que aspiran a explicarles a los demás cómo tienen que organizarse, cómo tienen que vivir, o qué tienen que hacer, sin realmente aportar nada personal a lo colectivo. Es una partitocracia exigente y dura, que aleja a las personas de las ilusiones por lo común.

Les he dicho muchas veces que yo respetaría la voluntad de un colectivo que, de forma ordenada y claramente legítima, decidiese ser otra cosa distinta de España. ¿Por qué no? Al fin y al cabo las realidades son y han de ser dinámicas, y siempre ha sido así. Pero no de esta forma, sobre bases frágiles y poco seguras desde el punto de vista jurídico y operativo. Desde una voluntad real, por parte de una mayoría realmente cualificada, y con otros modos. Y nada de eso se ha verificado. Pero, aún así, en caso de que tal tipo de declaración se hubiese construido con todas las garantías, creo que ni es el momento ni aportará nada a la realidad española o catalana. Aunque yo, como demócrata y creyente acérrimo en la voluntad del pueblo, lo hubiera entendido y apoyado.

Pero las cosas han sido de otra forma e, insisto, todo tiene que ver con la burbuja política que se da hoy en nuestro país. Diecisiete más una administraciones, con sus gobiernos, sus parlamentos, toda su parafernalia y, como dirían los argentinos, con sus "ñoquis". Una industria absolutamente excesiva e hipertrofiada, que es una de las razones por las cuales la política de partido y las realidades partidarias tienen muchísimo más peso en esta sociedad que lo que realmente tendría lógica en una sociedad moderna. Y que llega a eclipsar el pulso de esta.

¿Y ahora, qué? Va a haber sufrimiento, y no se me ocurre ninguna forma razonable de arreglarlo. Si es por la fuerza, malo. Y si no, también. Si es una vuelta a lo anterior, habrá problemas. Y si se continúa con esto, también. Nunca debió haber sucedido de esta forma. Creo que se puede hablar de todo, y creo que nada puede rechazarse como horizonte, habida cuenta de que España hace quinientos años era otra cosa, y que en otros cien estaremos todos calvos. Pero así no, porque provocará fractura, más fractura y todavía más.

Insisto... a pesar de que las televisiones no hablen de otra cosa, esto no es lo verdaderamente importante. Se nota que -depredador cambio climático aparte- no tenemos a la vista y en el corto plazo terremotos, ébola o incluso demasiado buenas ideas. Estas amenazas, retos y oportunidades sí merecen mucho más foco del que le estamos dando a las elucubraciones, los deseos y las miserias de quien ha decidido vivir a costa de todos. Unos y otros.