Corría el año 1989 cuando el polifacético artista Phil Collins sacó su álbum But Seriously. Una de las canciones contenidas en el mismo, icónica y repetida hasta la saciedad por los medios de comunicación era Another day in Paradise. Aunque la misma se refería a uno de nuestros temas de culto, la situación de las personas en situación de calle, hoy la traigo a colación por un asunto bien distinto, para el que me he permitido un pequeño juego de palabras. Y es que, dejando a Collins y a su música en otro plano, hoy quiero hablarles de los paraísos fiscales. Por eso titulo la columna, jugando con el hit de Collins, Otro día en el paraíso. Porque, por mucho que se diga y, aún más, se diga que se hace, día tras día la mera existencia de paraísos fiscales hace mella en la sociedad, en forma de muchos problemas enquistados que, mientras esto no cambie, seguirán ahí. Y es que el enorme impacto de los mismos en el erario público de todos los países, y muy especialmente en los más empobrecidos, provoca miseria y falta de oportunidades. Más de lo mismo, para entendernos. Más exclusión y más pobreza. Más círculos que nunca se revertirán.

Los paraísos fiscales y la actividad en torno a ellos representan, no cabe duda, uno de los problemas más importantes presentes en la sociedad global, posmoderna y líquida del siglo XXI. Aunque miremos para otro lado, están ahí. Y las consecuencias de los mismos son enormes. Si es que no han reflexionado sobre ello, o si lo han hecho pero sin los datos suficientes, déjenme que sobre tal cuestión les presente cuatro ideas, meridianas y que dan mucho que pensar. Están extraídos del reciente -y excelente- informe de Oxfam sobre la evasión fiscal ligada a esta vergonzante realidad internacional. Si quieren conocerlo ustedes en su totalidad, no tienen más que descargarlo de la web de la organización.

Miren, en estos últimos quince años el dinero que se mueve en los paraísos fiscales se ha multiplicado por cuatro. Y, si nos fijamos en el período desde 2008 hasta hoy, el incremento es casi del cincuenta por ciento. No es un tema de media docena de listillos, sino que el noventa por ciento de las empresas multinacionales -pónganles ustedes nombres y apellidos- tienen presencia en dichos paraísos. Esto implica una evasión fiscal conjunta de muchas de las grandes corporaciones, que cuesta a los países pobres en torno a ochenta y cinco mil millones de euros al año. Cifras verdaderamente importantes, que posibilitarían salvar seis millones de vidas al año o escolarizar a ciento veinticuatro millones de niños y niñas... Nuestro país no es ajeno a lo que les cuento. Uno de cada cuatro euros de inversión española en el exterior fue a parar, en realidad, a paraísos fiscales. Así como suena...

Todo el dinero que, mediante tal tipo de prácticas, se detrae de las arcas públicas, son recursos que se restan a las transferencias sociales. A la educación pública, en todos sus niveles. A la sanidad pública, en todas las esferas asistenciales. A la protección social, desde todas las ópticas. Y a la cooperación internacional, entendida esta como un instrumento para avanzar en el advenimiento de una sociedad más equitativa, con mayor proyección de una necesaria justicia social. Todo ese dinero nunca ingresa en unos presupuestos nacionales que, así, dejan de tener la necesaria potencia para producir el impacto deseado. Y condenan a la población de los lugares afectados a cotas de malvivir verdaderamente escandalosas en una sociedad que se dice moderna.

Por todo ello, soy de los que piensan que es necesario un planteamiento serio, ajeno a la cosmética y las pobres declaraciones de intenciones sobre el particular. El propio Comisario Europeo de Asuntos Fiscales, Pierre Moscovici, afirmaba hace ahora un año "Tendremos una revolución fiscal, estoy profundamente convencido. De hecho, diría que incluso ya ha empezado" (sic). Porque aunque son las empresas y las grandes fortunas los grandes beneficiarios de la situación actual, los Gobiernos y las instituciones multilaterales saben que podrían hacer mucho más en tal temática. Y, resumiendo y simplificando un poco, la tónica general es que no lo hacen. No es un tema en el que se impliquen y para el que, en cambio, existen grandes lobbies en sentido contrario. Y es que a muchos les va la vida en ello. A unos, empresas y grandes fortunas, porque así acumulan más o ganan más. Y a otros, paraísos, porque han hecho de ello la que es, en muchos casos, su principal actividad.

Oxfam y sus compañeros de viaje en esta campaña sobre fiscalidad global y paraísos fiscales quieren, visto el estado de las cosas, llamar la atención de la sociedad en general sobre esta realidad, llevándola a la agenda de la calle para, a partir de ahí, buscar una mayor receptividad en las instancias políticas. Quizá así, quién sabe, esta cuestión figurará algún día más nítida, negro sobre blanco, en programas electorales y herramientas de trabajo de aquellos que aspiren a liderar las riendas ejecutivas de nuestra sociedad. Todo un reto estimulante para el que el primer peldaño somos los tipos como usted y como yo. Ciudadanos y ciudadanas que, conociendo la temática y debatiendo sobre ella, estaremos poniendo nuestro granito de arena para que, algún día, las cosas cambien. ¿Por qué no?