Somos espectadores del proceso catalán, su drama, comedia y esperpento. Una representación a la que, en la última semana, se ha incorporado un nuevo personaje, el abogado belga.

Paul Bekaert es un hombre de gesto frío y severo, calvo, ojos azules, vestido de negro riguroso; un abogado especializado en evitar y retrasar extradiciones, por ejemplo, de miembros de ETA. Su papel es demostrar que, como país, no somos de fiar. En resumen, que los malos somos nosotros.

Es lógico que para muchos sea un villano.

En Estados Unidos hace ya muchos años que los abogados ejercen una publicidad desparpajada y hasta cínica. Guardo en mi archivo copia del anuncio de un bufete americano, en el que un hombre trajeado de sonrisa deslumbrante, mira de frente y te apunta con su dedo índice junto a un texto que dice: "Que lo hayas hecho no significa que seas culpable".

La cuestión es que es verdad. Y así debe ser.

Las Garantías protegen, no al acusado concreto -que también- sino a toda la sociedad del abuso de poder y la arbitrariedad. Por eso tienen prioridad y cualquier duda, irregularidad o contradicción favorecerá siempre al acusado aunque, a veces, supongan la absolución de quien sí cometió los hechos delictivos.

Un buen abogado pone a prueba el sistema de garantías en cada uno de sus casos. Es una de nuestras obligaciones. Con este permanente desafío contribuimos a mantener los mecanismos de la justicia fuertes y engrasados.

Todo esto forma parte del sistema de ese Estado de Derecho que, especialmente en estos momentos, buscamos proteger. Afirmamos que, en su imperfección, es avanzado y garantista y que nuestra democracia es sólida, mayor de edad y no precisa de tutelas. Por eso jugar con las reglas del juego no debe impresionarnos. Los procesos seguirán su curso y algunas acciones prosperarán y otras no. Como debe ser. Como siempre.

Lo que sí me impresiona es el discurso de los que rechazan la separación de poderes e instan a los responsables políticos a intervenir en el ámbito judicial, o claman enfervorecidos -y sin datos, solo amparados por su convicción personal- que los funcionarios de Justicia, empezando por los jueces y acabando por cualquiera, son fascistas o están vendidos a intereses poco claros, omitiendo que son funcionarios de carrera por oposición y que conforman, según datos objetivos, un sistema de justicia que, siendo mejorable, nada tiene que envidiar a los países de nuestro entorno y que presenta, en los índices de independencia, mejores niveles que, por ejemplo, Bélgica.

Quienes exigen al Gobierno la liberación de presos preventivos, o la destitución de jueces por acumulación de firmas en Change.org, no sé si han reflexionado que, si el poder político se arroga decidir la prisión o liberación de los ciudadanos, nombrar o destituir jueces para procesos concretos, o saltarse los procedimientos, más nos vale correr mucho y correr lejos, porque no habrá dónde esconderse.

En estos discursos es donde radica el problema. Ahí es donde está el villano.

Adelante pues, señor Bekaert, presente sus escritos y recursos, haga sus alegaciones, defienda a su cliente, desafíe al sistema según la mejor de sus capacidades. ¿Quién dijo miedo?