Me pasmo con el caso de Dorothy Day (1897-1980), periodista norteamericana, revolucionaria, inmersa en la problemática social y proletaria, madre soltera, con un aborto a cuestas para que su amante no la abandonase, cuyo proceso de beatificación ya circula por el Vaticano. Lógico es pensar que algo tuvo que cambiar, como así fue a partir de su conversión al catolicismo a los 30 años de edad, y arrepentirse de sus quebrantamientos de la ley moral -quien no haya incurrido en alguna que lo publique- para que la misericordia divina la reconfortase en adelante, a fuerza de sacramentos y práctica religiosa, sin necesidad de meterse en ningún convento ni arrinconar sus inquietudes sociales, ni el periodismo y la atención a su familia. De llegar a los altares, ¿se imaginan que se la nombrase patrona de las abortistas? Tal despropósito sólo cabe en alguien que únicamente viese los pecados y las caídas morales y no considerarse que más potente y salvadora es la misericordia de Dios -aún estamos viviendo el año de misericordia convocado por el papa Francisco- que acoge y sana a todos los que no ocultan, y se arrepienten de verdad, de sus maldades confesando sus pecados, que así se ha hecho siempre.