Hay una memoria, cinco o seis décadas atrás, de la vida de barrio de vecinas en mandilón y moño, de lo que daba de sí una peseta, de colegios de monjas con hábito y toca, de niños libres por las calles de la ciudad y de casas con huerta. Eran tiempos de muchas carencias pero en los que, curiosamente, se consideraban vulgares productos que hoy son carísimos manjares. Había marisco en abundancia al alcance de quien quisiese bajar a buscarlo, jardines de pulpos y alfombras de centollas, y niños de pueblo que pescaban en los ríos truchas y angulas armados apenas con un saco abierto que se llenaba inmediatamente de tantas como había.

Hoy todo eso no es más que un recuerdo y algunos de esos productos, como la angula, son tan escasos que superan cada año récords y se pagan casi por gramos, a precio de oro.

Estamos estos días viviendo un verano interminable que ya dura más de un año. Después de toda una vida de quejas por el "mal clima" gallego, hemos avanzado hasta esta Galicia en situación de alarma por sequía, con sus cauces vacíos y su tierra anhelante de la bendita lluvia.

El pasado octubre vi horrorizada cómo se calcinaba la exuberancia verde de robles, abedules y acebos del Parque Natural do Xurés por donde había paseado maravillada apenas una semana antes. También, cuando me estaba dejando llevar por las increíbles imágenes de los documentales del Gran Azul de la BBC, la belleza y armonía se vieron interrumpidas por los plásticos que han inundado el mar y el nivel de contaminación que lo alcanza todo. Al mismo tiempo, se anunciaban nuevas restricciones de tráfico en Madrid por los peligrosos niveles de polución. Y ayer mismo leí que, en menos de una década, fueron asesinados casi un 30% de los elefantes que quedan en el planeta y no pude evitar recordar aquella escena de la película Cazador blanco, corazón negro en la que Clint Eastwood interpreta a un remedo del director John Huston, para el que el rodaje de La Reina de África no era más que una excusa para cazar un gran elefante. Cuando alguien le recrimina que dar muerte a un elefante por deporte es un delito, Eastwood le contesta que no, que es algo peor, es un pecado, una maldad fundamental, la peor de las vilezas.

El avance de la tecnología y la sociedad de consumo en los últimos cien años nos han traído grandes bienes, pero también enormes males. El planeta ha sido saqueado y maltratado. Nuestra falta de respeto y exceso de soberbia nos está ya pasando factura y, según vaticinios de algunos expertos, nos queda por delante un vía crucis que, como especie, nos hemos ganado a pulso.

A menudo nos cuesta creer y asumir realidades que vemos lejanas, que afectan a otras latitudes y gentes, y solo nos ponemos en guardia ante el problema que nos toca de lleno y sentimos propio. Como propia es esta sequía interminable y el verano que se alarga hasta noviembre, y ese huracán de hace dos meses que por primera vez llegó a nivel cinco tan cerca de nuestras costas, como el inevitable reportaje de telediario navideño sobre la escasez y el elevadísimo precio del marisco cuando, hace apenas unos años, en Galicia los percebes eran tantos que eran comida de pobres.