Hace unos días visité Florencia. Como otras veces en Italia, y salvado el carácter monumental y ciertamente único de la ciudad, he tenido una impresión un tanto recurrente, que se repite siempre allí. Y esta, con matices en cada caso, se podría glosar hablando de la pujanza de lo privado, en un contexto en el que lo público se ve dejado y decadente.

Da igual que vayas a Milán, a la antedicha ciudad del Arno, a Napoli o incluso a Roma, en todas ellas se nota la herencia de demasiados años bajo la batuta de gobiernos demasiado liberales en lo económico y partidarios de la depredación de los recursos, en la línea de Silvio Berlusconi. Aquel que proclamaba "el problema es el Estado", y que abogaba por el máximo adelgazamiento del mismo, de su presencia y de sus estructuras, con el fin de dejarlo todo únicamente en manos de la iniciativa particular. Así, con diferencias notables en cada uno de esos lugares, en función de su muy distinta riqueza, en todos se hace evidente una falta de mantenimiento y un abandono de lo de todos, en contraste con el dinero que fluye en manos privadas, en una sociedad que se caracteriza por una importante ostentación del poderío de cada cual.

No me gusta pasear por Milán, por ejemplo, y ver hierbajos y baldosines rotos en unas aceras del centro que dejan mucho que desear, frente a las tiendas de moda de precios insultantes, o de las joyerías más caras. Tampoco me agrada ver la cara menos amable de la sociedad florentina, con escasas infraestructuras, un transporte público obsoleto o muchos edificios en condiciones bastante poco adecuadas para la vida. Tales urbes poseen una renta per cápita importante, que nada tiene que ver con la de las ciudades del sur, como Napoli, donde todo lo público también está tocado por ese fatal fenómeno de la dejadez, aunque las diferencias de renta entre sus habitantes -mucho más baja- sean en ese caso menores. Recuerdo, hace unos años, que estuve allí en medio de importantes cantidades de basura por las calles, que desbordaba los contenedores colocados al efecto. "¿Huelga en la recogida de basuras?", pregunté. "No", me respondieron con un cierto aire de resignación. "Digamos que a aquellos que han obtenido la concesión nadie les va a cuestionar si recogen la misma o no". Porque la corrupción, ligada a ciertos grupos de poder local de nombres siniestros y sobre los que se han realizado películas y novelas, también ha influido en ese estado de las cosas.

Con todo, otra impresión que me produce siempre ese país es el de haber retrocedido bastante en los últimos años. Y es que el que un día fue modelo avanzado para países como España, con un grado de desarrollo económico y social mucho mayor, se ha ido quedando a la zaga. Hoy Italia, independientemente de su belleza, de un paisaje fuera de serie y de otros aspectos como su rica gastronomía o la existencia de algunos sectores concretos de calidad y buena factura indiscutibles, no es en absoluto lo que fue y, sobre todo, lo que tendría que ser ahora. Y, desde mi punto de vista, un sector público pilotado desde la desidia o, peor aún, desde el interés claro de que fracase, puede ser una de las causas de ello.

Es difícil encontrar el equilibrio entre un Estado hipertrofiado y que todo lo condiciona -ejemplos hay-, y otro que ni está presente ni tiene instrumentos -incluido un presupuesto suficiente- para sentar un buen marco de vida y convivencia. Ni lo uno ni lo otro es lo ideal, en el primer caso porque se produce una absoluta asfixia de las ideas y actividades generadas desde lo particular, y en el segundo porque eso es lo único que despunta, sumido en un cierto caos global, en una política de río revuelto para que en él ganen los mejor posicionados o los que tienen menos escrúpulos. Como les digo, este fantástico país me parece que ha ido evolucionando cada vez más hacia lo segundo. Y sólo años en los que impere y se potencie la tendencia contraria permitirán poner el acento en lo de todos, de forma que algún día el Estado, que no es el problema, tenga recursos y posibilidades que permitan abordar cuestiones que, hasta ahora, o no se han tocado, o en las que se ha podido actuar sólo de soslayo.

Como en todo lo malo que ocurre, deberíamos tomar recortes. Porque, aunque lo de tropezar varias veces en la misma piedra sea muy humano, siempre es bueno aprender de los errores. Aunque sean ajenos. Por si acaso.