La petición de indulto para los políticos soberanistas que anunció Iceta hace unos días en plena campaña me parece de la máxima gravedad y en absoluto comparto las lecturas suaves que de ella se hacen. No la tengo por cosas de Miquel que el propio Miquel deja en nada calificándola de propuesta prematura. Tampoco interpretar la petición como un guiño al catalanismo le resta gravedad, antes al contrario se la añade porque aclara aún más, por si hiciera falta, el significado más profundo de la posición del socialismo catalán que Iceta dirige. Leídas en conjunto unas cuantas afirmaciones de Iceta en las últimas semanas se entiende a la perfección la posición del PSC y, en buena medida, lo que desde hace muchos años sucede en la Cataluña política. El 1 de octubre día del referéndum, alarmado como no debería estarlo un político de su poder y experiencia por las cargas policiales, Iceta pide públicamente la dimisión de Rajoy y de Puigdemont si no son capaces de dialogar. Equidistancia y brocha gorda abducido por las informaciones, deformaciones mejor, sobre centenares de heridos que quedaron en tres o cuatro. Días después Iceta, que rechaza como Colau e Iglesias la DUI y el 155, muestra su contrariedad por la "mala noticia" de la prisión provisional de Junqueras y compañía. Vino luego su negativa pública a apoyar la investidura de Arrimadas aunque sea la más votada y, de nuevo la equidistancia, reafirma que el PP y ERC son las dos líneas rojas que los socialistas no traspasarán. Iceta, que apoyó firmemente a Sánchez en su negativa a facilitar la investidura de Rajoy en septiembre de 2016, "prefiero negociar con los independentistas siempre que renuncien al referéndum antes que un gobierno de Rajoy", ha insistido en la campaña en su propuesta transversal que acogería desde C's hasta Podemos y postula un gobierno de tecnócratas bajo su presidencia, naturalmente. Tomadas de una en una estas y otras muchas declaraciones de Miquel Iceta, condonar la deuda de Cataluña o reformar la Constitución para comodidad de Cataluña, podrían explicarse como cosas de Iceta, guiños como los de cualquier político en campaña o palabras que no hay que sacar de contexto. Tomadas en conjunto integran un discurso resbaladizo hasta hacerle remojarse en las aguas de un nacionalismo que hoy ya nadie puede calificar de moderado y cooperador. Es la línea que inició Maragall y profundizó Montilla. La deriva que marcó el PSC con el Pacto del Tinel en diciembre de 2003 sellando con ERC un cordón sanitario de exclusión del PP y que culminó con el tripartito. La que le ha llevado desde los 37 escaños de 2006 a los 28 en 2010, los 20 en 2012 y los 16 en 2015. Todo un éxito.

La petición de indulto viene a ser el colofón de un discurso que banaliza los graves y reiterados comportamientos delictivos de Puigdemont y compañía, que pone en entredicho la actuación del Poder Judicial, que al rechazar la aplicación del 155 está negando la posibilidad de defensa del Estado y de la unidad de España en una situación de riesgo excepcional y que, en definitiva, so capa de la dichosa transversalidad y de la oferta de reconciliación tiende la mano a la reiteración futura de las políticas nacionalistas que han propiciado la mayor crisis política desde la transición hace cuarenta años. En esas condiciones, desconfiar del PSC comandado por Iceta para gobernar Cataluña no es un error, sino lo más sensato que cabe hacer a los votantes constitucionalistas que el día 21 van a decidir si va a cambiar o no el rumbo político de Cataluña. Con Iceta presidiendo el gobierno que anuncia se estarán sentando las bases para el reinicio, en unos cuantos años, de nuevos embates contra la Constitución.