Hoy se celebran, desde las primeras en 1980, las duodécimas elecciones autonómicas en Cataluña. Ni plebiscitarias, ni de ruptura, ni republicanas, unas autonómicas más regidas por la Ley orgánica de régimen electoral general de 1985, dentro del marco estatutario de 2006 y de la Constitución española de 1978. Los resultados darán con toda seguridad, y a estas horas es lo único seguro, un parlamento de 135 diputados fragmentado en siete grupos hondamente dividido en dos grandes bloques muy igualados según los sondeos previos. A partir de ahí caben dos escenarios según sea o no posible la investidura de un candidato a la presidencia de la Generalitat. Si esta primera decisión del parlamento no cuaja, en dos meses se disolverá la cámara y se convocarán nuevas elecciones a celebrarse allá por finales de mayo o primeros de junio según lo que tarde el parlamento en constituirse. Si eso sucede Cataluña seguiría sin parlamento y gobernada desde Moncloa hasta que un presidente tome posesión allá por el verano. El segundo escenario exige la formación de una mayoría, absoluta o simple en segunda vuelta, capaz de otorgar la confianza a un candidato a la presidencia. Puede que los resultados electorales nos permitan ya esta noche conocer al próximo presidente de Cataluña o puede que para saberlo debamos esperar pacientemente a los futuros pactos entre partidos. Los sondeos previos no ayudan y no cabe sino especular. Vamos a ello.

Resulta difícil aceptar que Junts per Cat, ERC y CUP, conserven las cifras de 2015 sin resentirse del fracaso del proceso independentista, de la absoluta falta de apoyos internacionales y muy especialmente de la UE, de la masiva fuga de empresas capitales e históricas de Cataluña y, en definitiva, de haber conducido a sus votantes a un callejón sin salida o cuya salida ha sido el artículo 155. Si a eso se añade la ruptura de la sociedad, Junts pel sí, que formaron en 2015 los dos partidos de Puigdemont y Junqueras, la situación de ambos encaminados con otros al banquillo y el desaguisado que provocó su dependencia de la CUP, no es aventurado pronosticar que la caída del apoyo electoral de sus dos formaciones será mayor que la prevista en los sondeos. En 2015 la sociedad Junts pel sí sumó 1.620.973 votos, el 39.5%, y 62 escaños que, sumados a los 10 de la CUP, 336.375 votos con el 8.2%, les dieron la mayoría absoluta en la cámara pero no en la calle. Cuesta aceptar, digo, que esas cifras no vayan a caer, incluso notoriamente, en dirección a la abstención, y, en consecuencia, no creo que el independentismo se encuentre en disposición de formar gobierno. Eso no supone que puedan formarlo los constitucionalistas, 1.605.563 votos y 52 escaños en 2015. No parece, sin embargo, un sinsentido pensar que buena parte del voto oculto, sobre el 25%, vaya a parar a esas fuerzas y que sus resultados mejoren notablemente los pronósticos. Si sus votos y sus escaños igualan o superan a los del bloque independentista estaríamos ya ante un cambio importante en la política catalana. Un cambio seguro y profundo si hay gobierno con Arrimadas presidiéndolo.

En todo caso, importa saber que la aplicación del artículo 155 ha cambiado las cosas en Cataluña al fortalecer el marco constitucional. Por eso los resultados de esta noche se verán con más tranquilidad de lo que algunos temen. Y con gran contento si el triunfo constitucionalista se hace realidad. Que así sea y feliz Navidad.