La metáfora nos resulta clarificadora o puede hundirnos en la ignorancia. No sé si sigue viva la polémica que comenta el romance Álora, la bien cercada; si el poeta habla del cortejo amoroso a una dama o de la descripción del cerco a la localidad malagueña; la solución queda al librepensamiento del receptor; pero el autor no trataba de provocar ninguna suerte de burla o engaño.

También son antiguas las refriegas internacionales; "el vicio inglés" florece en la época victoriana como tortura infantil golpeando las nalgas escolares con la vara y seguir en las prácticas sadomasoquistas. Asimismo recuérdese que a la sífilis se la llamaba "mal francés" o "mal español", según el lado de la frontera que ocupara el paciente o se hablaba del mal de Hansen para referirse a la lepra.

Si el gobernante nos habla de "reacomodamiento de precios de la electricidad" enmascara la subida supina de los mismos; lo mismo que si menta la "flexibilidad laboral" en lugar de despidos más baratos o aquellos "daños colaterales" de trágico recuerdo.

¿Cuál es el verdadero poder que tienen las palabras; que se busquen expresiones para usarlas de otra guisa? Es viejo el tópico de que lo que no se nombra no existe, se rebautiza la realidad para hacerla más aceptable y, así, modificar la mala percepción que produce. Sostengo que el español de América es más original, y quizá brusco, al usar eufemismos; recordemos la fuerte polémica suscitada en Chile cuando en los textos escolares se quiso llamar a los gobiernos dictatoriales de Pinochet como "regímenes militares".

Allí se han inventado conceptos disparatados como "crecimiento negativo", los ricos no tienen "problemas", sino "desafíos" o "retos" y los mendigos que rebuscan papeles, cartones y otros desechos en las basuras son llamados "recuperadores urbanos".

Hay quien considera que los eufemismos son una variante de la ironía, que suavizan más de lo que dicen. Son a la comunicación lo que la sal a la comida; pero el problema tiene que ver con el sentido de un discurso, que no está en el discurso mismo, sino en la diferencia entre lo que se dice y lo que se podría haber dicho y no se dijo. Un orador religioso tendrá que elegir, para conmover a sus seguidores, entre describir las delicias del cielo o los horrores del infierno.

Pasará a las antologías, no del eufemismo ni de la metáfora, sino del engaño, el presidente Rajoy, no sólo por sus trabalenguas, sino por sus hilarantes mentiras como la del "crédito blando" para hablar del rescate bancario o la última del viernes pasado del "gobierno no democrático" para referirse a la dictadura franquista y postularse como sumo hacedor del bienestar y la única garantía de supervivencia.