Este es mi primer saludo en 2018 para todos ustedes. Espero que estén bien, y que esta reciente entrada de año haya sido todo lo suave, agradable e ilusionante que se merecen. Ojalá este nuevo período les colme de satisfacciones, y que la vida en este año les sonría. Ojalá.

En clave colectiva, deseo también ese éxito para todos nosotros. Para nuestros proyectos como conjunto y para que no perdamos la pluralidad y la suma de diferentes enfoques a la hora de acometer la realidad que nos circunda. Ciertamente, estos son tiempos de oportunidades, pero también de zozobra. Todo sucede demasiado rápido, y hay demasiados actores en un juego económico y social global en el que es fácil perder comba. En tal marco, ojalá antepongamos el éxito colectivo a las veleidades e intereses individuales, en un camino que consolide verdaderamente a nuestra comunidad extensa, y lo hagamos con visión de futuro y renunciando a las pequeñas pugnas, victorias y fracasos relativos achacables solo a ese "juego político", que tanto daño hace, o a las diferentes versiones del "quítate tú para ponerme yo", que se escenifica con tanta asiduidad y ahínco en nuestros pagos, sin que en el fondo nada cambie.

Creo que uno de los temas que pueden ser más importantes de cara a consolidar una realidad gallega en serio preparada para el futuro es el de una mayor facilidad para la movilidad interurbana, así como la que tiene que ver con la interconexión de los grandes centros productivos con las ciudades y la del área de influencia de cada una de tales urbes o ejes urbanos con su territorio próximo. Este es un elemento que, aquí y en otros lugares ha sido sustanciado por diferentes expertos como uno de los factores clave de éxito para asegurar mucho mayores cotas de capacidad a todos los niveles: tanto productiva como asociada a la distribución, pasada por la interconectividad en los procesos de aprendizaje, creación de valor y hasta fabricación.

Con todo, en Galicia tenemos un problema. Y ese es, paradójica y precisamente, el mismo que un día dio la solución a nuestras cuitas: la AP-9. Una autopista que, boutades románticas aparte, un día consiguió conectarnos entre nosotros venciendo nuestro secular minifundismo, pero que demasiadas décadas después es el principal obstáculo para no poder crecer en ese sentido. Unos peajes inasumibles para buena parte de la población, y de forma muy especial para sus usuarios más habituales, segrega en dos grupos a las y los gallegos: los que pueden permitirse tal gasto, muchos de ellos haciendo muy de tripas corazón, por un lado, y los que no, ni aún en el mejor escenario, con una total ausencia de vías alternativas merecedoras realmente de tal calificación.

Muchas de las autoridades -las de ahora y las de antes-, mientras tanto, miran para otro lado. Viajando en helicóptero, o en coche oficial -frecuentemente saltándose todos los límites de velocidad a la torera y a costa de las arcas públicas- ese no es su problema. Y, mientras tanto, no se vislumbra solución, con unas tarifas para la autopista, aprobadas por Orden Ministerial de 22 de diciembre de 2017, que incluyen un coste de peaje para un turismo de ¡31 euros ida y vuelta Coruña-Vigo!, y pendientes de una nueva subida aún este año.

Yo no soy de los ingenuos que plantean, directamente, que la autopista sea gratis. Entiendo que se han hecho las cosas mal, y que una mala política de planificación de inversiones por parte del Estado ha permitido que la empresa concesionaria siga haciendo caja -hoy más que nunca- a cambio de algunas ampliaciones, cuya última foto -la de un nuevo Rande que nace cojo, se pongan como se pongan- es verdaderamente inquietante. Pero estamos ante una empresa muy rentable, ¡y tanto!, controlada por fondos de inversión absolutamente ajenos a nuestra realidad, en un escenario en el que la mayor parte de sus inversiones están archimegaultramaxiamortizadas, mientras que el bolsillo del contribuyente sigue sufriendo una sangría imparable e injustificada.

Insisto, aún así entiendo que la autopista no sea gratis. Pero el hecho de que no exista una política real de bonificación al usuario de a diario, como ocurre en gran parte de las vías de pago españolas, es vergonzoso. Y no me hablen ustedes del rígido corsé que supone la bonificación actual, en el que uno tiene que realizar exactamente el mismo tramo, lo cual es incompatible tantas veces con los compromisos y actividades profesionales, para un exiguo veinticinco por ciento de descuento sólo en el peaje de vuelta. Pecata minuta, y la casa sin barrer.

Por todo esta columna, por la presión que supone tal peaje cuando sólo se ha aplicado la primera de las dos subidas previstas para este ejercicio, es un llamamiento a la necesaria solución real para los miles de usuarios que se dejan una buena parte de su salario cada mes en la autopista. Un vial que es, con creces, el más importante, clave, fundamental y articulador del tráfico de Galicia, y que hoy ni da el servicio de antaño, ni tiene un estado de conservación y mantenimiento aceptable, maquillaje aparte en algunas actuaciones concretas y cuyo coste, día tras día, es absolutamente desorbitado.

No cabe duda de que la AP-9 fue el eje vertebrador de buena parte del actual progreso de Galicia. Pero, no se engañen, con otra política de peajes, de bonificaciones y otro estilo en la gestión, esto podría haber ido a más. Pero no, aquí la visión es tan cortoplacista como los beneficios exigidos por sus inversores, y hoy parece que la empresa -con el beneplácito o al menos el silencio de quien debería intervenir para cambiarlo- solo entiende en clave de euros y muchos más euros inmediatos, sin reparar en que esa es la diferencia entre ser tal eje vertebrador, aún ganando dinero, o, por el contrario, suponer un lastre definitivo para toda una comunidad...