Excepto en Galicia, Cantabria, Navarra y el País Vasco, donde se ha registrado un aumento en la última década, disminuye el número de abortos en España, hemos leído hace poco. Será cierto que la cifra de interrupciones voluntarias de embarazos registrados en clínicas privadas y hospitales públicos baja desde 2012, pero ahí no figuran ni se cuentan los otros abortos, sean clandestinos o logrados mediante fármacos con efectos abortivos -como la píldora del día después ya de venta libre- que malogran miles de potenciales embarazos. No nos dejemos engañar por el alegre baile de las cifras. La realidad es que aquí mueren más personas que nacen. El hecho es que la población gallega disminuye año tras año. Que el denunciado suicidio demográfico de España, de Europa, y de casi todo el mundo occidental es irreversible. Sólo hay que ver cómo se destruye la idea de maternidad, de matrimonio y de familia que son pilares de una sociedad sana, para no seguir engañándonos. No es sólo cuestión, que sin duda ayuda, del tema económico, porque antes con muchos menos recursos nacían más críos, sino toda una cultura de la vida que desmonte el tinglado una hipócrita sociedad del bienestar que sólo aspira al placer del momento sin preocuparse de nada más.