Desde hace años, la Ciudad Vieja continúa siendo una asignatura pendiente del ayuntamiento de La Coruña. Sucesivas corporaciones municipales expresaron su propósito restaurador y de atención preferente, pero seguimos en las mismas. En una encuesta reciente de LA OPINIÓN, los vecinos denunciaron el abandono de sus calles y jardines. Otras quejas anteriores formulaban objeciones a la pavimentación y el uso de material que alteraba un pasado cargado de historia. El problema del tráfico, a juzgar por los ensayos realizados, parece insoluble, hasta el punto que para cualquier vecino o visitante desplazarse en su propio vehículo resulta tan difícil como hacer bingo. La Ciudad Vieja, en su repertorio histórico, guarda el nacimiento y posterior desarrollo institucional que fraguó la personalidad cívica de La Coruña. Su rehabilitación ha de estar precedida de la investigación histórica que concilie la patología monumental con el confort del vecindario, cuya idiosincrasia refleja un estilo de vida cargado de sentimientos. Hay que lograr que lo antiguo y lo moderno establezcan una relación armoniosa y que sea un reclamo para el turista. Si la Ciudad Vieja se pone a punto, nuestros poetas volverán a sentir vagar los invisibles silfos aireando mensajes fantásticos.

Otrosí digo

En la Ciudad Vieja hay que recuperar sus mansiones y casas solariegas, tales como el palacio de los Marqueses de Camarasa, la Casa de José Cornide, el palacio de los Condes de Amarante y la Casa del Sacramento. Hay que preservar la historia y huir de la costumbre, tan en boga, de aprovechar cualquier local disponible para instalar un centro cívico. Los vecinos tal vez prefieran un supermercado.