Continúa, con su marcha lenta pero segura e imparable, el proceso judicial a los dirigentes políticos catalanes que ayer avanzó otro paso importante con el auto del Tribunal Supremo rechazando el recurso de Junqueras, en prisión desde el 2 de noviembre. Paso importante no solo, y no tanto, por la consecuencia inmediata, la permanencia en prisión de Junqueras, sino sobre todo por los razonamientos de los tres magistrados que por unanimidad rechazan el recurso y confirman tanto las actuaciones del magistrado instructor Llarena como, en definitiva, la fundamentación de la propia querella interpuesta a finales de octubre por el fallecido fiscal general del Estado, Maza, contra veinte dirigentes del procés. El auto del TS coincide con ellos en la fuerza de los indicios de las mismas conductas delictivas que son la razón del proceso judicial en marcha. Conductas gravísimas, rebelión, sedición, malversación, cometidas de modo organizado y planificado por un grupo de personas con distintas responsabilidades políticas entre las que Junqueras destacaba por su posición de vicepresidente de la Generalitat. Comparte el auto el significado que dieron a la violencia y al comportamiento tumultuario, exigibles por el Código Penal, la querella y la instrucción, y entienden que del recurso y de la declaración de Junqueras no se desprende que tenga voluntad de renunciar a la vía unilateral para imponer al Estado la independencia de Cataluña. Los que esperaban fisuras y discrepancias en el TS habrán quedado defraudados porque el auto no cambia la ruta fijada desde el inicio del proceso y eso augura un juicio severo y más que probables penas importantes de prisión para los dirigentes del procés que, asombrosa y estúpidamente, pensaron que el Estado cedería graciosamente a sus exigencias de ruptura sin resistencia alguna. ¡Menudos dirigentes y valientes asesores jurídicos y políticos!

El proceso judicial que no cesa es lo importante aunque el procés político resulte, sin duda, mucho más mediático por los muchos actores, figurantes y cantantes que pugnan por un micro o una cámara para explicarnos que Cataluña debería seguir quitándonos el sueño hasta el fin de los siglos. De momento y hasta que no quede investido un candidato a la presidencia de la Generalitat, Cataluña estará gobernada por el gobierno del Estado, al parecer lo viene haciendo con bastante tranquilidad, y para dicha investidura solo se atisban dificultades en las filas del independentismo. Dificultades para el acuerdo de gobierno entre partidos tan diferentes como lo son la CUP, la Esquerra y la nueva CiU, y dificultades de índole personal que no serán de fácil superación. Por si tenían dudas, el auto del TS habrá terminado de convencer a Puigdemont, a sus acompañantes en Bruselas, a Junqueras y a los que se quedaron, de que su futuro es sombrío y de que su carrera política se ha terminado. Podrán seguir unas semanas haciendo y diciendo extravagancias pero las cosas están como están para todos los encausados por el procés, de modo que los enredos a cuenta de la investidura van a durar, si en ellos persisten, el tiempo que tarde en disolverse el parlamento, dos meses a partir de la presentación de un primer candidato fallido, o, más probablemente, el tiempo que tarden los tres partidos en forzar a todos los encausados a dejar libres los escaños para que nuevas caras se incorporen a la vida parlamentaria y los nuevos pacten un candidato. Los encausados tenderán trampas con ayuda de sabios juristas o simples leguleyos para hacer como que hacen, para fingir que representan en ausencia o que gobiernan desde la prisión, pero al final se impondrá el buen derecho y la política catalana volverá a discurrir por el cauce constitucional.