Se les saluda, sean ustedes el mismísimo Titanic o alguno de los miembros de su tripulación, una bailarina de ballet o, quizá, alguna suerte de monstruo de cuatro cabezas. Son las cosas del Carnaval, en días en que tanto te encuentras en la calle a una patrulla Swat en pleno despliegue, o a la tuna cantando el Clavelitos. Sean felices si a ustedes les gusta esto y con ello se lo pasan bien. A mí no. Ya saben que prefiero un tranquilo paseo por el bosque o por una playa desierta. Cada mochuelo, a su olivo... Es lo bueno de la diversidad y de poder elegir...

El caso es que, a pesar de la individualidad que nos caracteriza y que nos hace a todos absolutamente diferentes, es importante que tengamos en cuenta a los otros en muchísimos de los actos de nuestra vida. Y, especialmente, en aquellos en que los mismos son afectados. Sí, me preocupan mucho las consecuencias de mis actos para los demás, y aunque soy consciente de que debo liderar mi propia vida y tomar decisiones consecuentes conmigo mismo y mi forma de pensar, entiendo que un elemento importante en las mismas es cómo afectan estas a terceras personas. Eso y, sobre todo, ponerme en el lugar de ellas. Creo que es la mejor forma de entender la vida con una perspectiva bastante más amplia que la que a uno le proporciona mirar solo a su ombligo...

Les cuento esto porque creo que, cada vez más, algo está fallando. ¿En qué? En la falta de empatía hacia los otros, o sea, en la capacidad de ponernos en su lugar. En entender lo crítica -o, incluso, límite- que puede ser para una persona una determinada situación que nosotros provocamos. Y que, in extremis, puede derivar en una verdadera catástrofe.

Pienso esto a raíz de noticias verdaderamente incomprensibles, que son parte de la actualidad. Por ejemplo, la presunta violación de un niño de nueve años por otros menores, de doce y trece años. ¿Cómo es posible? Porque una actuación de esas características siempre es grave y denostable pero... ¿a los doce años? ¿Qué puede llevar a un niño a obrar así si no es la absoluta carencia de dicha empatía? Verdaderamente difícil de digerir... ¿En medio de qué valores podían vivir tales criaturas? ¿Y qué pretendían conseguir con tan triste conducta?

Evidentemente, falta de empatía ha habido siempre. Recuerdo, por ejemplo, un episodio que me afectó a mí, y que viví con dolor hace más de treinta años, en el Colegio Mayor San Clemente de la Universidade de Santiago. Allí acudí ilusionado, a estudiar, con plaza prácticamente gratuita para toda la carrera y el doctorado, otorgada por unos excelentes resultados académicos en el Bachillerato. Pero, ya ven, quienes hoy son reputados juristas o médicos de nuestro entorno se ensañaban con los colegiales de nueva entrada cada año, con bastante permisividad por parte de quien debería afear tales conductas. Les importaba un pito, literalmente, su ansiedad o su sufrimiento, sobre la base de unas muy mal entendidas novatadas, que en muchos casos creo que escondían conductas rayanas en lo patológico. Ahí tampoco había empatía, ninguna, en una espiral de dominación que a alguno nos impulsó a rebelarnos, y con ello sufrir hostilidades y vacío. Mucha empatía no había, no, en los protagonistas de tal ejemplo. Y en muchas otras situaciones que ustedes quizá hayan vivido, y que podrán describir mejor que yo. Pero, como les digo, mi impresión es que esto es hoy más generalizado. Hay muchas más libertades individuales, sí, y eso es fantástico y lo aplaudo. Pero ¿no será a costa de la indiferencia? ¿De la falta de empatía, precisamente? ¿Está evolucionando más la sociedad hacia este escenario? ¿Nos importamos menos los unos a los otros? ¿Por qué?

Y es que, repito, creo sinceramente que es fundamental no perder el punto de vista de los otros. Y es que, si no, esto se puede convertir en una jungla invivible, en el que, unos por otros, nadie pueda estar en paz. Y ese es un precio altísimo, absolutamente para nada... Con lo fácil y bonito que es, con nuestra empatía, tratar de hacernos la vida más fácil. Porque lo difícil, que también es inevitable por el mero hecho de vivir, ya por si solo llegará...