Tengan ustedes buenos días. Espero hayan sobrevivido bien al Carnaval, tanto en caso de que sean de los que disfrutan de tal fiesta como en el contrario. No cabe duda de que esta es una época un tanto pantagruélica en lo gastronómico si uno se deja llevar, con lo que -repito- espero esté todo en orden estos días posteriores a tales fechas. O, al menos, lo mejor posible.

Hoy es un día también de celebración, si somos fieles al calendario. Y aunque ya saben que a mí me gusta más organizarme a mi manera que seguir las crestas y los valles de lo que viene marcado en el mismo, en una continua estacionalidad a lo largo de los doce meses de cada anualidad, nobleza obliga. Porque hoy es el día del amor, mucho más allá de aquello en que se ha simplificado en nuestros días, casi circunscribiéndolo a la dimensión de la pareja. Hoy, San Valentín, reivindicamos nuestra capacidad de darnos a los demás sin límites. Y eso, queridos coetáneos y coetáneas, ni es poco ni baladí. Vamos allá.

Y es que San Valentín representa también el Día de la Amistad y del amor mucho más en general, y así es vivido en diferentes lugares del mundo. Al margen de su controvertido y discutido origen, que pasa por quizá provenir como derivada directa de las lupercales romanas, y en honor a un santo de cuya existencia fidedigna e identidad tampoco se conoce mucho, habiendo diferentes teorías y posibilidades, San Valentín tiene que dar mucho juego en esta sociedad líquida, posmoderna y desnortada, donde las cosas comunes importan poco o nada, y donde aquello de darse a los demás parece el título de una canción prefabricada de uno de esos medio realitys, medio academias de canto de las que nos hemos dotado para nuestro entretenimiento.

Pero no, así las cosas, el amor es importante. Y en el supuesto martirio del tal San Valentín, sea el que sea si es que alguna vez fue, él exhibió amor frente a la violencia de los otros. Algo que personas de carne y hueso, de todas las épocas, también han sido capaces de atesorar y producir, lo cual nos honra como especie. Y que sigue ocurriendo hoy, en mil y un frentes y en mil batallas, tanto reales como aquellas mucho más sutiles, generadas en las cloacas de nuestra propia podredumbre, y que hoy afectan a quien ose decir una palabra más alta que otra en según qué campos. Ya les contaré...

El amor es importante, sí. Y es un fin en sí. Ni busca nada, ni se da a cambio de nada. El amor casi nunca recoge más amor, o por lo menos esa es mi experiencia. Pero el mismo tiene que ver no con los resultados que se persiguen, sino con una verdadera forma de entender la vida. El amor es una tarjeta de presentación ante los demás, un continuo en nuestra relación con los otros, y supone una garantía de bonhomía y de éxito en nuestros emprendimientos, de todo tipo, si esa es nuestra perspectiva. El amor nos hace grandes, y permite que sumemos mucho más en conjunto que si consideramos a los diferentes individuos y, como dijo el clásico, el amor mueve montañas. Y es que, por él, en ese sentido amplio en el que me muevo, mucho más allá de lo que en España fue un proyecto de Galerías Preciados por vender más en el siempre impenitente mes de febrero, somos capaces de sacar afuera lo mejor de nosotros mismos.

Por todo ello, Feliz San Valentín. Porque ustedes, se pongan como se pongan y digan lo que digan, no tienen sentido sin amar ni ser amados. Y, repito, no hablo del mundo particular de la pareja, digan lo que digan los anuncios de colonias. Hablo de eso grande y fuerte que nos mantiene vivos, y que nos hace crecer, descubrir, ser, compartir y, sobre todo, sentir.

Feliz Día de San Valentín. Y disfruten de todo el amor que tengan a su alrededor. Ustedes ponen sus ingredientes y detalles.