La muerte es la consecuencia natural de la vida, y todos pasaremos por ella. Con una aseveración de tal calibre, meridiana y sin vuelta de hoja, les saludo hoy, y no porque sea el Día de Difuntos o porque me haya propuesto emular a Jorge Manrique o a cualquiera de los otros grandes autores de todos los tiempos que convirtieron en arte la circunstancia de la muerte de sus seres queridos.

No. Lo hago porque lo que es natural, como corolario indefectible del proceso de estar vivos -la muerte- a veces se torna en artificial, precipitado, absurdo, duro, doloroso y estúpido. A veces hay muerte porque alguien mata, y siendo esto siempre luctuoso y execrable, hay ocasiones en que se nos antoja todavía más grave y gratuito. En este marco colocaría yo los abundantes episodios acaecidos en los Estados Unidos de América en relación con la tenencia y uso de armas en los institutos, y sus terribles consecuencias.

Pero, por encima del dolor lacerante y metálico para las personas que sufren en carne propia la pérdida de sus seres queridos por esta violencia absurda, más dolor aún. ¿Y de dónde viene este? Pues de la estupidez, por supuesto. Por una parte, la de una sociedad que no quiere ver los mimbres íntimos de los que está fabricada esta lacra que asola las escuelas del país que se dice más adelantado. Pero, especialmente, la de sus más altas instancias de gobierno. Fíjense que su presidente, ante todo lo que tienen y han tenido que digerir por este motivo, propone como solución? ¡armar a sus profesores!

Señor Trump, y también a quien le pueda interesar: a los profesores los hay que armar, sí. Hay que armarles de razón, de autoridad, de criterio, de instrumentos y herramientas para poder educar eficazmente. Hay que armarles en el sentido de empoderarles frente a una sociedad que muchas veces cree en la educación como un mero producto de consumo. Y hay que armarles de ganas de poder cambiar verdaderamente un paradigma en el que los valores imperantes, no cabe duda alguna, nos llevan cuesta abajo como sociedad.

Porque supongo que se referirá usted a esto, y no a que los profesores tengan que, entre sus competencias y sujeto a su evaluación del desempeño, portar un Colt 45, un Kalashnikov de repetición o un patrio Cetme. Supongo que estará usted de guasa, porque su retórica meliflua así lo sugiere, pero ni los profesores son guardas jurados, ni estos últimos son profesores. Ya la solución -ameritada por la emergencia nacional en este sentido- de que el Ejército vigile los institutos, no es más que un parche quizá necesario, pero que no va a lo nuclear del asunto?, pero plantear que los profes se armen, es una necedad de tal calibre, que espero sólo sirva para provocar risa -aunque sería más propio el llanto- entre sus administrados.

Toma ya? si tienes un problema en las escuelas porque las armas campan por doquier, ¡más armas! ¿Les parece solución, máxime en manos no experimentadas? ¿Creen ustedes que eso crea una verdaderamente sostenible cultura de paz? Parecería una broma de mal gusto, si no fuese por el poder en el país de la Asociación Nacional del Rifle, lobby con capacidad de intervenir en política y, lo que es más, en la carrera y el futuro de los políticos del país. Así las cosas, yo me plantearía revisar esto para empezar a atajar el problema a varios años vista, además de abordar esta cuestión también desde el cambio cultural y educacional necesario, amén de las ya mentadas y hoy difícilmente prescindibles medidas tendentes a la regulación efectiva de la entrada de armas en los recintos lectivos.

Un drama, por supuesto, los asesinatos en las escuelas. Y otro drama, sobrevenido y superpuesto al primero, la lógica imperante en quien debería atajar la situación con dos dedos de frente y, sobre todo, con menos compromisos adquiridos ante quien busca sólo un cambio para que nada cambie? Ya saben?