Buenos días! La calle y los teletipos todavía rezuman toda la energía concentrada al hilo del Día Internacional de la Mujer, que este ocho de marzo dibujó mucha esperanza en el presente y futuro de ese cincuenta por ciento imprescindible de nuestra población que son las mujeres. Ojalá todo ello pueda cristalizar en las necesarias mejoras para ellas que, a la postre, nos benefician a todas y a todos, en muchos de los ámbitos de la vida. En el anterior artículo abordaba algunas de ellas, y estos días se ha oído hablar de más. Ojalá estemos a la altura.

Pero el cambio, todos los cambios, es siempre un fenómeno extremadamente difícil. Les he hablado más veces de la Teoría de Catástrofes, de René Thom, matemático que se dedicó a estudiar cómo pequeños movimientos en variables continuas pueden provocar, en un momento dado, un cambio brusco, de tipo on-off en una variable discreta asociada a las mismas. Un buen modelo que puede explicar cómo avances importantes en determinados ámbitos sociales, por ejemplo, parecen no acabar de afectar a la vida de las personas, hasta que realmente se produce un imperceptible cambio más, que sólo entonces desencadena el cambio profundo y esperado. Quizá se haya producido estos días ese nuevo movimiento, en continuo, de variables como el hartazgo por la violencia ligada al género, la independencia económica de las mujeres, la menor prevalencia de ideas clásicas sobre el papel de la mujer, o la concienciación social sobre la brecha salarial. Y, con todo, quizá esas cuatro variables y algunas más, moviéndose, hayan precipitado tal cambio. A lo mejor sí que es este el momento en que se empieza a vislumbrar un nuevo paradigma sobre la mujer y su desarrollo, independencia y papel social. Me alegraría de ello.

Pero también es posible que, habiendo avanzado en dichos ingredientes de la fórmula del cambio, no se haya evidenciado aún el salto en la función discreta que, en definitiva, propiciará una diferencia conceptual, rotunda y sin vuelta atrás, del papel de la mujer en nuestra sociedad. En un caso o en otro, sin duda, es necesario seguir perseverando. ¿Por qué? Porque en esta columna siempre partimos de la base de que una sociedad más justa es siempre la más vivible posible, entendiendo el interés general y no alguno parcial. Y si las mujeres no encuentran trabas impuestas en razón de su género, lógicamente eso es abundar en justicia.

Ante el cambio, siempre hay resistencias. Y eso lo vivimos todos en el trabajo, en la familia, en la pareja y en cualquier ámbito donde seamos más de uno. Hay quien pierde si se plantean las cosas de una forma diferente y, sobre todo y aún peor, hay quien no es que pierda, sino que ya su mero temor a tal posibilidad le provoca una respuesta magnificada. Todos ellos actuarán de frenos o "anclas de capa" de todo lo que signifique tal evolución. Sin embargo, el cambio es imparable, porque la propia Historia nos demuestra que nada es inmanente, y ya los sabios griegos -Heráclito de Éfeso, otro de los habituales de por aquí- hablaban sin empacho del "todo es devenir"...

Lo cierto es que nuestra sociedad cambia en algunos temas de forma verdaderamente trepidante. Da vértigo. De aquella Coruña o Galicia de hace cincuenta años, queda poco, en una espiral exponencial que cada vez reduce más los tiempos de cada una de sus etapas. Pocos referentes de entonces siguen ahí, y aunque haya encontrado hoy mismo una referencia a uno de mis bisabuelos en un documento de la Biblioteca Nacional de España, en términos de similitudes y diferencias con lo que vivimos hoy casi pareciese que hablásemos del Pleistoceno... Y es que en los últimos cincuenta años, nuestra sociedad ha mudado mucho más que en los ? ¿? -pongan ustedes la cifra- anteriores. Y en la Historia ha habido otros períodos de cambio trepidante y muchos siglos de laxitud en el mismo.

En fin... El cambio y su mundo, sus actores y cómo el mismo va modelando nuestra propia vida. Un tema apasionante, ¿no creen? Pues sí, ojalá uno de los próximos cambios radicales que afronte nuestra sociedad -nuestra microsociedad occidental, al menos- sea consolidar de una vez la equiparación en derechos absoluta, así como en percepción social de hombres y mujeres. Y a ver cómo, con nuestra coherencia y siendo semilla del cambio, podemos ayudar así a quienes sufren en silencio su segundo cromosoma X. Porque, no se engañen... hay quien ha querido ver en el plante de las mujeres del 8-M una crítica al capitalismo liberal y un poco socialdemócrata que nos cobija, pero por ahí -fuera de él- me parece que hay en esta temática mucha más tela que cortar...