Conociendo ya el ascenso del nazismo el gran jurista Kelsen publica en 1933 una obrita, Formas de Estado y Filosofía, a cuyo final se refiere a la opción que Pilatos ofrece a los judíos y que estos resuelven a favor de Barrabás, un malhechor dice San Juan. Una impagable demostración del fracaso y la imperfección de la democracia, dirán sus enemigos. Para sus defensores una nítida manifestación de la racionalidad y la superioridad del sistema que se asienta en la regla de la voluntad de la mayoría como guía. Todo depende. Depende de si los votantes ven en Jesús al hijo de Dios, rey de los judíos o de lo si lo ven como un blasfemo. No fracasa la democracia por liberar a Barrabás, sino los argumentos de Jesús para convencer a los judíos de su verdad.

El electorado catalán se ha partido en dos y los dirigentes de una y otra opción se lamentan de no haber convencido con mejores argumentos a más votantes. Entre los constitucionalistas aumentan los convencidos de que los independentistas llevaron siempre la iniciativa frente a un gobierno incapaz de argumentar y convencer, desconcertado y timorato, que abandonó la política y cedió la defensa del Estado a los jueces. Ahora mismo, a propósito de la internacionalización del conflicto, aumenta la crítica a la inacción del gobierno por dejar el asunto en manos de Llarena. No comparto la generalizada afirmación de que se ha judicializado en exceso la política en el conflicto con el independentismo porque la política llega a los tribunales cuando deja de serlo y adquiere naturaleza delictiva. Si no la tiene, el juez se desentenderá del asunto porque no habrá caso. Se ha escrito, con acierto, que es como si el violador se queja de que se judicializan las relaciones sexuales o Bárcenas de que se judicializa la actividad económica. Es evidente que la judicialización de determinados comportamientos políticos, no de las ideas, no agota la política. Ni puede ni debe agotarla y es obligación de los políticos proseguir con la acción política para gestionar los conflictos pacíficamente, conllevarlos, y en la medida de lo posible, resolverlos. La cuestión es saber si el gobierno de Rajoy hizo o no lo suficiente para contener al independentismo. Para ser riguroso habría que remontarse a anteriores gobiernos desde el comienzo de la democracia pero eso, aún siendo ciertas a mi juicio las denuncias del alelamiento, dicho suavemente, de aquellos gobiernos ante el nacionalismo pero cierta también la creciente deslealtad del nacionalismo, de los nacionalismos, eso digo nos llevaría muy lejos y no es el lugar para tratarlo. Rajoy fue prudente optando, en plena crisis económica, por no exacerbar el conflicto. Contuvo el tono y activó en todos los casos los instrumentos del derecho ante el TC y los tribunales ordinarios. No haberlo hecho hubiera sido, eso sí, inhibición negligente. Y lo hizo con éxito siempre. Con efectividad. Y sin echar mano, como algunos pedían, de la Brunete aplicó el artículo 155 para sorpresa de quienes lo rechazaban por desmesurado y porque había que hacer política. Como si esa no hubiera sido una decisión política de calado. Sí, Rajoy ha hecho la política que se puede hacer ante un oponente tan visceral y fanático, o tan simple y frívolo, como prefieran. Y sin interferir en la acción judicial porque así lo exige la separación de poderes. ¿Podría haberse hecho más?, puede, seguro, dicen sus críticos al tiempo que silencian qué cosas son las que ellos habrían hecho de estar en el gobierno y así no vale. Puede valer cuando se trata de opinadores particulares pero cuando los críticos son partidos que sueñan con derribar a Rajoy, que apoyan poco y callan las políticas que harían si lo consiguen, entonces ese comportamiento no vale. Hay que ser prudente y tener calma como pide Rajoy, claro, pero falta una más frecuente y clara presencia de la voz del gobierno argumentando con convicción y con ganas de convencer.