Buenos días, señoras y señores. Aquí estamos de nuevo, contra viento y marea, nunca mejor dicho. Y es que la sucesión de fenómenos meteorológicos adversos que hemos tenido últimamente es, ciertamente notoria. Pero, como les digo, mantenemos el tipo y aguantamos nuestra vela. Y ya verán... Escampará.

El hecho es que los días se van sucediendo y, entre ellos, algunas fechas marcadas por un determinado acontecimiento. Entre ellas, por ejemplo, el sábado pasado, 7 de abril. No sé si saben que se celebró ese día -como siempre en tal fecha- el Día Mundial de la Salud. Una jornada auspiciada por la OMS, Organización Mundial de la Salud, agencia de Naciones Unidas, con el foco puesto en intentar conseguir el acceso universal a la mejor salud posible. Hoy, en este momento del siglo XXI, una entelequia.

Pues ya lo ven, el día de la salud no es tanto ese entrañable 22 de diciembre, en el que a la inmensa mayoría nos queda como consuelo aquello de "lo importante es tener salud", como el 7 de abril, donde verdaderamente nos fijamos en esa cuestión. Y, como siempre en esas jornadas internacionales se trata de algo importante y por lo que vale la pena no cejar en el empeño. En el resto de este artículo terminaré de perfilar mi opinión al respecto.

Miren... ya hace mucho tiempo hablábamos de conseguir un acceso básico a la salud para cientos de millones de personas que no lo tienen. Figuraba en los extintos Objetivos de Desarrollo del Milenio, que se consensuaron para el 2000, y que finalmente se plantearon para 2015, al constatar que en aquel primer hito no se había avanzado gran cosa. Luego llegó tal 2015, y más de lo mismo. Hoy los mismos han mudado hacia los ODS, Objetivos de Desarrollo Sostenible -lo del Milenio ya está un tanto obsoleto, por aquello del paso del tiempo-. Y la realidad es que tal acceso básico universal a la salud está realmente lejano. Y esto tanto en su faceta más generalista como en la particularizada, por ejemplo, en lo que atañe a salud materno-infantil, ligada al momento del nacimiento de un nuevo ser en condiciones razonablemente seguras, y la salud a partir de ahí tanto para el neonato como para la madre. Falta mucho también aquí.

El acceso a la salud, en muchas latitudes, sigue estrechamente vinculado a la cantidad de recursos que uno posea. Y si esto acontece en escenarios donde la desigualdad en la población es manifiesta, lo que ocurre es que en tales contextos tan solo una pequeña parte de las personas tiene cubiertas total o parcialmente sus necesidades en términos de salud. Los demás van viviendo como pueden y, ante un revés importante, muchas veces no tienen acceso a las terapias y medicamentos pertinentes, por una cuestión meramente pecuniaria. La clave de la cuestión es que, quizá, los Estados tendrían que ver cómo garantizar esto, independientemente de que los profesionales y las empresas farmacéuticas sean actores meramente económicos que funcionan por legítimos estímulos de retribución. Dicho de otro modo, ¿la salud importa? Yo entiendo que sí, por encima de cualquier otra prioridad pública. Pues si verdaderamente pensamos así, habría que obrar en consecuencia en términos de dedicación de presupuestos.

No siempre el problema es que las sumas necesarias para ello no estén disponibles. No crean que son solamente los países más empobrecidos los que dejan a su suerte a las personas, sin organizar sistemas de salud universales. Ni mucho menos. Los Estados Unidos de América, país rico y desarrollado donde los haya, liga salud a recursos, y los esfuerzos públicos para el mantenimiento de tal sistema universal desligado de la capacidad económica de cada uno, dejan mucho que desear. Ya lo saben ustedes. Y uno, por el hecho de trabajar, normalmente tiene un seguro de salud privado que, en mayor o menor medida, le ampara. Pero la mercantilización absoluta de la salud en el sistema americano es un hecho sin parangón en Europa a día de hoy. Un paradigma que va muy en contra de tal acceso universal a la salud, en el sentido en el que lo preconiza la OMS.

Los crecientes fenómenos de concentración de la riqueza, también en nuestro país, laceran tal deseo de acceso a la salud. Y fíjense que, aquí, la universalización de la seguridad social blinda, de alguna manera, el acceso efectivo de todos a tal cartera de servicios. Otro tema sería la realización efectiva de las terapias y consultas aconsejadas en cada caso, debido a las listas de espera y a las demoras reales en la atención, que impactan negativamente en tal acceso. Pero eso da, por sí solo, para otro artículo y otra reflexión.

En fin... disfruten de la salud, mientras la tengan. Y congratúlense de que las cuitas de la misma, aquí, puedan ser abordadas. Pero, al tiempo, mejoremos tal acceso -aquí y en cualquier otra parte- para ganar todos en desarrollo y calidad de vida. Porque las cuestiones pendientes en este tema, tarde o temprano, nos pueden afectar a todas y todos. No les quepa la menor duda, y ejemplos -vía pandemias, por ejemplo- ya hemos puesto más de uno en alguna otra ocasión en esta ventanita al mundo que compartimos... Cuídenseme.