Los coruñeses amanecieron la mañana del pasado Viernes Santo con una amarga noticia que despertaba en la memoria ciudadana otras tragedias similares aún sin acabar de cicatrizar. Andrea, una joven ourensana de 22 años que había venido a pasar la Semana Santa con unos amigos coruñeses, había sido arrastrada mar adentro a las 6 de la madrugada en la playa del Orzán, en una noche de temporal y fuerte oleaje.

LA OPINIÓN pudo reconstruir con exactitud los últimos momentos de la joven en el arenal tras hablar con uno de los amigos que la acompañaban en esa madrugada trágica.

Andrea y dos amigos salieron esa intempestiva noche y cuando paseaban por el paseo marítimo a la altura del hotel Riazor, con la intención de coger un taxi en la plaza de Pontevedra para volver a casa, la chica decidió bajar al arenal del Orzán. Según la versión de este amigo, la persiguieron y la sacaron del agua cuando una ola la había alcanzado. En el forcejeo, la joven perdió la cazadora, que se había mojado, y el amigo que prestó testimonio fue a depositarla en la balaustrada de la playa. Desde allí vio cómo ella y el otro amigo hablaban en la arena a cierta distancia del agua. El chico al parecer le advertía del peligro de esa playa y de las recientes víctimas que se había cobrado allí el mar, cuando la joven volvió inesperadamente a correr hacia el mar.

Según el relato del testigo, el chico que se encontraba con ella intentó sacarla nuevamente, pero una ola lo cubrió hasta la cintura y lo derribó. Una segunda ola de mayor envergadura los arrastró a ambos segundos más tarde. Andrea ya no volvió a salir.

Los angustiosos días de búsqueda, hasta que el mar devolvió los restos de la joven, revivieron en la ciudad el dolor aún presente de otras tragedias que se cobraron siete vidas en este mismo arenal en parecidas circunstancias en la última década.

Hace seis años y dos meses que el mar se tragó en el Orzán a un joven estudiante eslovaco de Erasmus, Thomas Velicky, y con él a tres policías nacionales que intentaron rescatarlo. Es la mayor tragedia registrada en este arenal, de la que permanece un visible recuerdo en la coraza como homenaje al altruismo y valor de los policías que perdieron la vida por intentar rescatar al joven y también como advertencia del letal peligro de estas aguas.

El último fallecido, hasta la desaparición de la joven ourensana, fue un joven de origen senegalés de 17 años, Moussa Sissé, que se acercó a buscar un balón que se había escapado al agua durante un partidillo de fútbol en una tarde de abril de 2017. En diciembre de 2007, la madrileña Patricia Vara Centeno, de 32 años, falleció también en el arenal del Orzán al intentar rescatar a una amiga que había sido arrastrada por la corriente cuando paseaba por la playa.

Otro fallecido en la playa del Orzán fue un indigente usuario de Padre Rubinos, argelino de 42 años, que apareció ahogado el 24 de junio de 2011 tras la noche más trágica del San Juan coruñés, en la que también murió quemado un joven brasileño que cayó en una hoguera en Labañou.

Como ha ocurrido cada vez que hubo que lamentar la pérdida de vidas en este arenal, en su mayoría jóvenes, surge de nuevo la reflexión de qué se puede hacer para evitarlo. Un debate casi siempre acompañado de nuevas medidas institucionales de seguridad que no han logrado evitar hasta ahora la regular repetición de estas tragedias en el Orzán.

Apenas unos días después de que el Concello anunciara la intensificación de medidas de seguridad con mejoras de la información sobre estado de las playas y la señalización con balizas, la alarma volvía a saltar en la madrugada de este miércoles, cuando el 091 tuvo que sacar de la orilla de Riazor a otra joven que se saltó el precinto policial que cerraba las playas por temporal. La policía denunció esa noche a cuatro personas por romper el cordón de seguridad, que afrontarán sanciones de hasta 30.000 euros.

Una lógica pregunta que hay que hacerse es por qué son tan peligrosos los arenales de la bahía coruñesa, en especial el del Orzán. Y la respuesta es la misma que a la pregunta de por qué los temporales destruían las balaustradas de la playa y hay que levantar cada invierno murallas de arena para defender la línea costera en Riazor.

El terreno ganado al mar durante la construcción del paseo marítimo y el aparcamiento subterráneo alteró la dinámica del oleaje y de las corrientes en las playas. Hace años que se debate sobre ideas que permitan amortiguar su letalidad, pero requieren complejos y costosos mecanismos de ingeniería marítima, como diques sumergidos, sobre los que además hay división de opiniones.

Avanzar en las medidas de seguridad es siempre un paso positivo, pero tiene sus límites. No se puede poner un policía tras cada joven que sale de madrugada. La medida más efectiva es la educación. Son necesarias las campañas orientadas precisamente a un entorno joven, donde se cierne la mayor amenaza, para elevar una conciencia de peligro que conjure esas puntuales acciones, minoritarias, pero de efectos devastadores.