No sé qué pensarán otros, pero el hecho de que la propia Guardia Municipal colapse el tráfico ciudadano como sistema para exteriorizar exigencias laborales, me parece abiertamente condenable. Aparte de otras consideraciones, un comportamiento así es detestable sobre todo porque supone una perversión de lo que, entiendo yo, es su misión fundamental, la del servicio público. Pues en vez de facilitarlo, he aquí que unos agentes descontentos se dedican a circular descaradamente lentos con los coches oficiales del 092 por los lugares más céntricos de la ciudad provocando un caos circulatorio morrocotudo como el sufrido en el entorno de la plaza de Pontevedra el viernes 13 del pasado mes. Con actuaciones como la descrita, agentes constituidos en autoridad ciudadana para servir al orden público, según sus reglamentos, pierden su propia categoría de autoridad y acaban siendo unos vulgares alteradores de ese orden al que debían servir y proteger. Y todo porque ante su negativa a determinados servicios, el Ayuntamiento había recurrido a miembros de seguridad privada. Pues que sepan esos agentes, que el funcionamiento de los servicios de seguridad contratados por el Ayuntamiento para el maratón que se celebró el domingo siguiente fue excelente tanto en la protección como en la dirección del flujo automovilístico alterado por la carrera.