Entre la historia y el cuento vive el relato. La historia es para los historiadores rigurosos que con fechas, documentos, cifras, nombres y lugares, iluminan el pasado, hasta el más oscuro y complejo. Los cuentos son cosa de cuentistas y fabuladores. Y en medio el relato que se aproxima a la historia o al cuento según los relatores. La historia seria se premia con la aceptación general de sus conclusiones pero su pena es que sólo una minoría se interesa en ella. Si no me creen pregunten por la 2ª República, la Guerra civil, el franquismo y la transición que son nuestro pasado inmediato. Los cuentos son para alimentar la fantasía de los niños y, sin excederse, son inocuos y entretienen. El relato es la narración que la mayoría tiene por veraz e incuestionable, la que se convierte en versión canónica de lo ocurrido. Consigue entre la mayoría casi tanta reverencia como la historia sin serlo. En eso radica la importancia del relato y de ahí la batalla por imponer un relato. Sí, una batalla entre varios que suelen discrepar no poco. El relato se aproxima a la historia si se construye sobre cimientos verosímiles, testimonios creíbles, análisis autorizados, o se acerca al cuento si se eleva sobre leyendas y humo, sobre expresiones viscerales de amor, de odio, de soberbia o de envidia. Al cabo de los años un reducido círculo seguirán interesados en la historia y los niños seguirán escuchando cuentos, pero un relato, el vencedor, atrapará a la mayoría y permanecerá décadas y hasta siglos produciendo efectos reales. Miren si no, la leyenda negra y vean por qué estamos los más defendiendo el duradero relato positivo de la transición contra el negativo que han puesto en circulación Podemos y sus socios.

Andamos a vueltas con cuál de los relatos quedará sobre ETA. El pistolero Ternera resumió el suyo hace tres días en Francia, en compañía del PNV, de Podemos y de unos bien pagados valedores internacionales, entre ellos lamentablemente Cuauhtémoc, el hijo del presidente mejicano Lázaro Cárdenas que tan generosamente acogió al exilio republicano español tras la guerra civil. Resumo el relato mayoritario que también es el mío: ETA ha sido una organización criminal que nunca debió existir y que ha sido vencida, muy trabajosamente, gracias a las fuerzas y cuerpos de seguridad, a la cooperación internacional, de Francia especialmente, a la heroica resistencia de las víctimas y sus apoyos sociales, a la acción de distintos gobiernos españoles y al rechazo abrumador de la sociedad española. Creo, sin embargo, que hay que enfatizar dos cosas que, con frecuencia, se silencian por exigencias de lo políticamente correcto. La primera es que casi nunca se identifica a ETA como organización nacionalista, de modo que en el relato parece una banda de jóvenes locos a los que un mal día les dio por el crimen. No, a ETA, y sin ello no hubiera existido, le proporcionó el paraguas ideológico, sus fundamentos y sus fines, el xenófobo y reaccionario nacionalismo vasco que se inició con Sabino Arana, transitó de la mano de Xabier Arzalluz, el del "ellos y nosotros", el del árbol y las nueces, y de Ibarreche, el del plan. El nacionalismo vasco de Urkullu que pedía hace dos días en El País que no quiere un relato con vencedores y vencidos. ETA fue hija del nacionalismo y no hubiera durado décadas si el PNV se hubiera propuesto seriamente asfixiarla. La segunda es que el Ternera que leyó el comunicado de disolución de la banda accedió al parlamento vasco en 1998 y, apoyado por todo el nacionalismo, fue miembro de su Comisión de Derechos Humanos. Un caso siniestro, uno más entre muchos, que evidencia las debilidades que el constitucionalismo mostró durante décadas en su lucha contra el terrorismo. Debilidades jurídicas y políticas que hoy se repiten con el nacionalismo catalán y con los emergentes de Navarra y Baleares. Debilidades que son, por poco efectivas, un mal presagio.