Buenos días! Nueva cita, en la que me honro con su compañía, aunque sea de una forma un tanto remota... Pero lo importante es que aquí estamos, hilvanando palabras que espero les sirvan para contrastar su propia visión del asunto de hoy. Ya me contarán...

El caso es que, tal y como prometí en el último de los artículos, hoy quiero abordar un tema que precisamente hoy -ayer, en el momento de escribir estas líneas- genera filias y fobias entre la base social de Podemos. Me refiero, claro está, al presunto problema a partir de la finca adquirida por dos de sus dirigentes, Pablo Iglesias e Irene Montero. Sin conocerles personalmente a ellos y sin conocer tampoco hasta el jueves cuál será el posicionamiento de la militancia de esa formación, este es mi punto de vista...

Y, miren, empiezo descubriendo mis cartas. Y estas son nítidas: entiendo que el ciudadano Iglesias y la ciudadana Montero, en virtud de sus propias decisiones personales y siempre que sea conforme a derecho, pueden decidir adquirir la propiedad que les venga en gana. Esta es mi tesis de partida, defendiendo la soberanía de cada cual por encima de cualquier imposición no fundamentada? Es su vida y su casa. Pero, obviamente, hay algo más a partir de tal decisión. Algo francamente incómodo para muchas personas... Dediquémonos ahora a analizarlo.

Para empezar, un apunte sobre quien habla de un "chalé de lujo de más de 600.000 euros"? Y yo me pregunto, ¿saben ustedes cuáles son los precios en Madrid? Me extraña mucho que se trate de un chalé de lujo por ese precio, cuando un piso mediano en una zona razonablemente céntrica de la capital cuesta eso y a veces bastante más? Repito, el señor Iglesias y la señora Montero pueden hacer con su dinero -el suyo- lo que les venga en gana, exactamente igual que cualquiera de nosotros. Para mí ni hay problema con eso ni nadie se puede arrogar la potestad de afearles la conducta por lo que no es más que una expresión de su soberanía personal como familia. Punto. ¡Faltaría más!

El problema viene ahora, y es que a estas personas -Pablo Iglesias e Irene Montero- hay que defenderlas de lo que ha dicho otra, que curiosamente es la misma? Y es que fue un tal Pablo Iglesias, no exento de verborrea entonces, el que sí afeó exactamente el mismo comportamiento a los demás? Recuerden: fue cuando explicaba que el señor De Guindos hacía lo propio con un "costoso ático en Madrid", explicando entonces con todo lujo de detalles "cómo vive la gente normal". Reitero, parece que D. Pablo, entonces, y los que le critican ahora -fuego amigo y fuego ajeno- no tuviesen conocimiento de cuánto cuestan en realidad los áticos, chalés y fincas verdaderamente costosos. Por 600.000 euros, en el centro de Madrid, poquita cosa. Créanme.

Y, a partir de aquí, el entuerto. Diagnóstico, grave incoherencia, de difícil solución. Pero no por comprar, sino por censurar a otros sin contemplación para sacar réditos políticos. Un irresponsable Pablo Iglesias que, así, contribuyó conceptualmente a la destrucción del segmento socioeconómico medio, exactamente igual que lo hacen las políticas de la derecha. Y es que tanto monta, monta tanto, precarizar la clase media endureciendo las condiciones de trabajo o reduciendo los servicios y prestaciones del Estado, como pregonando el falso mito de que se puede hacer lo mismo por menos dinero, y generando el mito de que quien aspira a cobrar tres mil euros netos al mes por un trabajo altamente cualificado y de gran responsabilidad es un pirata. O que un sueldo de alcalde de una ciudad media o grande de unos 3.500 euros netos al mes es una burrada. ¿Saben ustedes -por poner un ejemplo- cuánto ganan los altos funcionarios, o el personal estatutario con titulación superior y experiencia en cualquiera de nuestros hospitales?

Y es que no se trata de precarizar, enfriar la economía y pasarnos todos a mileuristas, como determinados alcaldes afines a Iglesias -algunos de ellos con importantes rentas o patrimonio por otro lado- que renuncian a una parte de su legítimo sueldo en virtud de un supuesto compromiso con el pueblo. Ese no es el camino. Es más, se trata de todo lo contrario. De trabajar con exigencia y denuedo, y con una estricta vinculación de competencias profesionales y remuneración, para evitar que en este país haya quien sigue cobrando 700, 800 o 900 euros mensuales, absolutamente incompatibles con el desarrollo de una vida normal. Esa es la clave, y no la destrucción del paradigma de los sueldos medios y altos, o el que se vea mal que un segmento socioeconómico medio o medio alto pueda vivir en una casa. ¿Por qué no? ¿Acaso no viven en casas en las cercanías de Madrid, A Coruña o Santiago militantes de izquierda, médicos, abogados o profesores universitarios, sin mayor problema? ¿Acaso no viven en pisos medios en barrios medios del centro de Madrid, en el ensanche compostelano o en primera línea del paseo marítimo coruñés -¿conocen sus precios?- personas de segmentos socioeconómicos medios o medios altos?

El problema no es ese. Que una pareja se compre una vivienda es legítimo. Y, tal como andan en Madrid los precios y siendo dos, tampoco Iglesias y Montero se han metido tanto en gasto. El problema es todo el circo que montaron previamente para desprestigiar a quienes, con emolumentos medios o medio-altos, vivían de tal guisa. El desprestigio de los otros. La erosión y la descalificación, que agitó a terceros, al servicio del eterno juego político que cercena la democracia. La contradicción supina, que les enfrenta a una parte de sus bases y que no sé qué les deparará como personajes públicos. El problema es la pretendida igualación a la baja, esgrimida por Iglesias y otros, cuando el verdadero reto es cambiar esta sociedad feudal -sí, feudal, y otro día hablamos de ello- apostando más hacia la equidad y las verdaderas oportunidades, pero tratando de igualar hacia arriba.

Termino. Creo francamente que Iglesias y Montero se han equivocado. A ver qué les dicen sus bases, y a ver cómo modifican su discurso para, en caso de que sigan, ser algo creíbles. Pero no se han equivocado por comprar, no. Se han equivocado por lanzar los perros a terceros de forma, cuando menos, profundamente incoherente. Ojalá lo puedan comprender.