Ante la insistencia de Maruqui acabé oliendo las dos calidades de azúcar, origen de la porfía -vana discusión por mi parte pues cómo iba yo a competir con una ama de casa habituada a despensas y fogones-, valorando el mejor olor del azúcar moreno, el procedente de la caña de azúcar, sobre el azúcar blanco, el obtenido de la remolacha. Desconociendo el motivo exacto, achacamos la diferencia a que el blanco debe llevar añadidos para conseguir su color y mayor dulzura, mientras que el de caña, sin tales artificios, conserva mejor el olor de la planta que crece en climas tropicales, y en zonas que se asemejan, como puede ser la costa granadina de Motril, donde sé que hay plantaciones de caña de azúcar. Me vinieron a la cabeza las campañas temporales que se organizan a propósito de determinados alimentos con sus ventajas e inconvenientes: que si el aceite de oliva sí o no; azúcar o sacarina, la leche entera o desnatada; el pan con salvado o sin él; la carne roja o no; las legumbres patatín y patatán, etc. Recapacité que hay que dar gracias Dios cuando comemos con una alimentación sana apropiada a cada estómago.